26 de febrero de 2014

UNA VENTANA ABIERTA. DE LA MANO DE MARÍA: LA CONFIANZA, CON LA HERMANA CARMEN PÉREZ STJ

           
¿Es posible vivir sin gratitud? No es posible. La gratitud auténtica es la que se siente hacia Dios y de ahí deriva todo en nuestra vida. La raíz es la gratuidad. La gratuidad de la creación, la gratuidad de la redención. ¿Y esto no me lleva a la confianza?

María es el mejor ejemplo de la obra gratuita de Dios en Ella, y por eso lo expresa: “proclama mi alma la grandeza del Señor. Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador”. Vivió llena de confianza desde el momento de la Encarnación hasta el momento de su Asunción a los cielos.


Es fundamental en la vida la confianza. Hay veces en que nos encontramos mal, cualquier cosa nos desequilibra, y nos produce inseguridad, entonces es como si nos quedáramos a merced de los demás y de lo que acontece; como si perdiéramos nuestro punto de apoyo, no hiciéramos pie en nosotros mismos. Perdemos la alegría y
las ganas de vivir. Sólo nuestra relación auténtica y vital con Dios puede generar confianza a pesar de toda nuestra precariedad. Sólo ese sentir nuestra radical dependencia de filiación con Dios Padre y fraternidad con Jesucristo da sentido a todos los pasos de nuestra vida, como fue la vida de María: “Bienaventurada la que ha creído” le dice su prima Isabel.

 En realidad gran parte de nuestros problemas y sufrimientos, son producidos por el sentimiento de desconfianza que se genera hacia nosotros mismos y en nuestras relaciones con los demás, por la falta de conciencia de lo que realmente es nuestra vida, del “por Quién” y “por qué” estamos aquí. La raíz fundamental es la conciencia que de nosotros mismos tenemos. “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

La confianza en lo que pensamos, en lo que hacemos, en lo que proyectamos, todo eso requiere verdad,  integridad, honradez. Precisamente un aspecto importantísimo de la adolescencia es el desarrollo de la autoconciencia como resultado de su saberse único e irrepetible, en el sentido de que lo que uno puede hacer, no lo puede hacer más que él mismo. Y lo que yo no haga, sencillamente quedará sin hacer. Nadie vive por otro, nadie es libre por otro, nadie ama por otro, nadie aprende por otro. La confianza se va generando en nosotros en el  sentir y verificar nuestro propio esfuerzo en  la vida diaria, en la vida de familia, de comunidad, en el estudio, en el trabajo, en las relaciones con los demás, en el superar las dificultades, en el darnos cuenta de que nuestra  capacidad de elegir y decidir nos  va configurando, y todo esto, de manera vital,  ante la mirada del Dios viviente.

 La vida de María sólo fue posible por su confianza en Dios. La confianza es la forma más elevada de la motivación humana, imposible sin la relación con un Dios personal que nos ama y salva.  Es una planta que tiene sus raíces. Si recordamos y estudiamos los logros que hemos realizado, vemos con claridad que no hubiéramos podido conseguirlos sin seguir el camino que de hecho seguimos. No hay modo de lanzarse en paracaídas. Nadie consigue confianza en sí mismo y logra relaciones efectivas sin la madurez y el carácter necesarios para mantenerlas. No se puede tener éxito con otras personas si no se ha pagado el precio del “éxito” con uno mismo.  Es un sentimiento que se genera en nuestro interior y de cuyo desarrollo somos responsables.

Es verdad que hemos necesitado de un entorno, en especial de la familia, padre y madre, hermanos, que aportan seguridad, atención y nos hace sabernos queridos. Se necesita de un clima familiar, en el que se aporta lo mejor de uno mismo, como sucedió en la familia de Nazaret. ¿Qué hizo María, qué hizo José, qué hizo Jesús en su vida de familia, en su pueblo, entre sus vecinos? Cómo me gusta esa exclamación sencilla de sus vecinos: ¿No es éste el hijo del carpintero José? ¿No se llama su madre María?.

Un “ecosistema”,- ahora que se habla tanto de los ecosistemas- de convicciones, principios sólidos, sacrificio de unos por otros, respeto mutuo, valoración, En una palabra la confianza que saca a la luz lo mejor de la persona. Y así se va formando esa raíz, esa urdimbre afectiva,  que es la propia conciencia que nosotros tenemos de ser hijos adoptivos de Dios.  No se puede confiar en otro si no se confía en sí mismo. Es el convencimiento que alcanzamos sobre nuestras posibilidades y capacidades. Se asienta en nosotros a medida que constatamos nuestras aptitudes en las tareas que realizamos. Y al mismo tiempo logramos unas relaciones con los demás.  Siempre la victoria privada precede a la victoria pública. Dicen que hay que gustarse a sí mismo antes de poder gustar a otro. Y esto supone conocerse, tener dominio sobre sí. El verdadero autorrespeto proviene del dominio de sí, de la verdadera independencia. La independencia es un logro gracias a principios y convicciones sólidas en los que cimentar nuestra vida.  

Es imposible creer que los demás confían en nosotros si nosotros mismos no lo hacemos. La confianza nunca viene dada de fuera. Si no hay raíces internas pensaremos que el apoyo, el aplauso, la valoración se nos ofrecen para animarnos. La confianza se genera por un conocimiento honesto de nuestras posibilidades y limitaciones sabiendo que Dios es nuestro Padre, que nos  dio una Madre de nuestra misma condición humana, que llega hasta donde estamos y nos conduce a Dios. Potenciar la confianza viene de esa humildad que es andar en verdad, que decía Sta. Teresa. Lo imposible es lo que nunca se intenta. La confianza es la otra cara de la esperanza. Sí, confianza y esperanza en Dios, pero nosotros somos los realizadores de esa confianza y esperanza en nuestra vida diaria, como lo hizo María.

                                                                                             Carmen Pérez STJ

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