¿Es
posible vivir sin gratitud? No es posible. La gratitud auténtica es la que se
siente hacia Dios y de ahí deriva todo en nuestra vida. La raíz es la
gratuidad. La gratuidad de la creación, la gratuidad de la redención. ¿Y esto
no me lleva a la confianza?
María es el mejor ejemplo de la obra
gratuita de Dios en Ella, y por eso lo expresa: “proclama mi alma la grandeza
del Señor. Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador”. Vivió llena de confianza
desde el momento de la Encarnación hasta el momento de su Asunción a los
cielos.
Es fundamental en la vida la confianza. Hay veces en que nos encontramos mal, cualquier cosa nos desequilibra, y nos produce inseguridad, entonces es como si nos quedáramos a merced de los demás y de lo que acontece; como si perdiéramos nuestro punto de apoyo, no hiciéramos pie en nosotros mismos. Perdemos la alegría y
las ganas de vivir. Sólo nuestra relación auténtica y vital con Dios puede generar confianza a pesar de toda nuestra precariedad. Sólo ese sentir nuestra radical dependencia de filiación con Dios Padre y fraternidad con Jesucristo da sentido a todos los pasos de nuestra vida, como fue la vida de María: “Bienaventurada la que ha creído” le dice su prima Isabel.
Es fundamental en la vida la confianza. Hay veces en que nos encontramos mal, cualquier cosa nos desequilibra, y nos produce inseguridad, entonces es como si nos quedáramos a merced de los demás y de lo que acontece; como si perdiéramos nuestro punto de apoyo, no hiciéramos pie en nosotros mismos. Perdemos la alegría y
las ganas de vivir. Sólo nuestra relación auténtica y vital con Dios puede generar confianza a pesar de toda nuestra precariedad. Sólo ese sentir nuestra radical dependencia de filiación con Dios Padre y fraternidad con Jesucristo da sentido a todos los pasos de nuestra vida, como fue la vida de María: “Bienaventurada la que ha creído” le dice su prima Isabel.
En realidad gran
parte de nuestros problemas y sufrimientos, son producidos por el sentimiento
de desconfianza que se genera hacia nosotros mismos y en nuestras relaciones
con los demás, por la falta de conciencia de lo que realmente es nuestra vida,
del “por Quién” y “por qué” estamos aquí. La raíz fundamental es la conciencia
que de nosotros mismos tenemos. “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí
según tu palabra”.
La confianza en lo que pensamos, en lo que hacemos, en
lo que proyectamos, todo eso requiere verdad,
integridad, honradez. Precisamente un aspecto importantísimo de la
adolescencia es el desarrollo de la autoconciencia como resultado de su saberse
único e irrepetible, en el sentido de que lo que uno puede hacer, no lo puede
hacer más que él mismo. Y lo que yo no haga, sencillamente quedará sin hacer.
Nadie vive por otro, nadie es libre por otro, nadie ama por otro, nadie aprende
por otro. La confianza se va generando en nosotros en el sentir y verificar nuestro propio esfuerzo en la vida diaria, en la vida de familia, de
comunidad, en el estudio, en el trabajo, en las relaciones con los demás, en el
superar las dificultades, en el darnos cuenta de que nuestra capacidad de elegir y decidir nos va configurando, y todo esto, de manera vital,
ante la mirada del Dios viviente.
La vida de
María sólo fue posible por su confianza en Dios. La confianza es la forma más elevada
de la motivación humana, imposible sin la relación con un Dios personal que nos
ama y salva. Es una planta que tiene sus
raíces. Si recordamos y estudiamos los logros que hemos realizado, vemos con
claridad que no hubiéramos podido conseguirlos sin seguir el camino que de
hecho seguimos. No hay modo de lanzarse en paracaídas. Nadie consigue confianza
en sí mismo y logra relaciones efectivas sin la madurez y el carácter
necesarios para mantenerlas. No se puede tener éxito con otras personas si no
se ha pagado el precio del “éxito” con uno mismo. Es un sentimiento que se genera en nuestro
interior y de cuyo desarrollo somos responsables.
Es verdad que hemos necesitado de un entorno, en
especial de la familia, padre y madre, hermanos, que aportan seguridad,
atención y nos hace sabernos queridos. Se necesita de un clima familiar, en el
que se aporta lo mejor de uno mismo, como sucedió en la familia de Nazaret.
¿Qué hizo María, qué hizo José, qué hizo Jesús en su vida de familia, en su
pueblo, entre sus vecinos? Cómo me gusta esa exclamación sencilla de sus
vecinos: ¿No es éste el hijo del carpintero José? ¿No se llama su madre María?.
Un “ecosistema”,- ahora que se habla tanto de los
ecosistemas- de convicciones, principios sólidos, sacrificio de unos por otros,
respeto mutuo, valoración, En una palabra la confianza que saca a la luz lo
mejor de la persona. Y así se va formando esa raíz, esa urdimbre afectiva, que es la propia conciencia que nosotros
tenemos de ser hijos adoptivos de Dios. No se puede confiar en otro si no se confía en
sí mismo. Es el convencimiento que alcanzamos sobre nuestras posibilidades y
capacidades. Se asienta en nosotros a medida que constatamos nuestras aptitudes
en las tareas que realizamos. Y al mismo tiempo logramos unas relaciones con
los demás. Siempre la victoria privada
precede a la victoria pública. Dicen que hay que gustarse a sí mismo antes de
poder gustar a otro. Y esto supone conocerse, tener dominio sobre sí. El
verdadero autorrespeto proviene del dominio de sí, de la verdadera
independencia. La independencia es un logro gracias a principios y convicciones
sólidas en los que cimentar nuestra vida.
Es imposible creer que los demás confían en nosotros
si nosotros mismos no lo hacemos. La confianza nunca viene dada de fuera. Si no
hay raíces internas pensaremos que el apoyo, el aplauso, la valoración se nos
ofrecen para animarnos. La confianza se genera por un conocimiento honesto de
nuestras posibilidades y limitaciones sabiendo que Dios es nuestro Padre, que
nos dio una Madre de nuestra misma
condición humana, que llega hasta donde estamos y nos conduce a Dios. Potenciar
la confianza viene de esa humildad que es andar en verdad, que decía Sta.
Teresa. Lo imposible es lo que nunca se intenta. La confianza es la otra cara
de la esperanza. Sí, confianza y esperanza en Dios, pero nosotros somos los
realizadores de esa confianza y esperanza en nuestra vida diaria, como lo hizo María.
Carmen Pérez STJ
Carmen Pérez STJ
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