3 de septiembre de 2015

BODAS DE ORO DE VIDA RELIGIOSA E INICIO DE NOVICIADO

El pasado 15 de agosto, solemnidad de la Asunción de la Virgen, se celebró en el Monasterio de la Santísima Trinidad de Baza la Santa Misa en acción de gracias por los 50 años de vida religiosa de las dos contemplativas Sor Guadalupe Jiménez García y Sor Jesús María de la Paz Corral. A la Eucaristía se añadió el inicio de noviciado de Sor Dalmira.

La Santa Misa comenzó a las 12:00 de la mañana, fue presidida por el Padre Dominico Javier Garzón y concelebrada por algunos sacerdotes de Baza y del resto de la diócesis. A la celebración también se quisieron sumar hermanos de la Orden de Predicadores, las Hermanitas de los Ancianos Desamparados de Baza y las Hijas de la Caridad de Baza.


Fue una celebración muy emotiva y a la vez muy participada. Todos los cantos estaban especialmente elegidos para vivir con pleno sentido cada momento de forma que la liturgia nos pusiera en sintonía de unidad.

La Comunidad preparó en un patio del Monasterio un pequeño aperitivo para todos los fieles y así tener un momento de cercanía y fraternidad con la familia y allegados.

Después de este hermoso día solo queda que dar gracias a Dios por estos 50 años de servicio y amor a la Iglesia.


Aquí publicamos la homilía del Padre Javier Garzón O.P:




Baza, 15 de agosto de 2015. 

Queridos hermanos sacerdotes y dominicos. Fieles que acudís a la Eucaristía dominical en este monasterio. Familiares y amigos de esta comunidad. Y sobre todo, queridas hermanas dominicas: 

Acaba de resonar el cántico de María, el Magníficat. Lo hemos proclamado en el evangelio. En esta comunidad se recita cada tarde en el Oficio de vísperas (en público, porque en privado son montones de veces las que se eleva como acción de gracias a un Dios que engrandece la pequeñez humana). Proclamar el Magníficat es dar expansión a lo mejor del corazón humano. Como abrir una jaula de jilgueros o ruiseñores y que su canto se extienda por el cielo y haga más bello el mundo. Recitar el magníficat es decir con mucha humildad: ¡qué grande es Dios! 

Los hombres somos pequeños. Incluso aquellos que se visten o señalan con pompas, que acumulan dinero o se creen poderosos; que hacen daño a otros por sentirse aún más grandes… No son nada ¡Sólo Dios merece toda la adoración! Porque sólo Dios es infinitamente bueno. Sólo Dios es fiel. 

Después de recibir en la sencillez de Nazaret al ángel que le invitaba a ser la Madre del Salvador, María llena de alegría y con una profunda caridad, se puso en camino. Fue a buscar a Isabel. Yo imagino que cantaba y corría por el camino, feliz de sentir las maravillas que Dios hacía en Ella, la más pequeña de Nazaret. Y juntas las dos mujeres celebraron a voz en grito la fidelidad y la bondad de Dios, que ama a los sencillos. 

Hoy, en la fiesta de la Asunción, proclamamos esto. María, la llena de gracia, ha recibido de Dios la plenitud de la felicidad. La que le dio su “sí” pequeño, ha recibido un “sí” gigante de parte de su Señor. La que le dijo “me fío de ti y de tu palabra, aquí estoy, hágase”, ha escuchado de Dios un “ven conmigo para siempre, pues te amo a la medida de la eternidad”. 

La vida de María, Asunta al cielo, se convierte en promesa para la Iglesia. La felicidad alcanzada en María es una invitación a cada uno de nosotros, a toda la Iglesia: ¿aceptas el plan que tengo para ti? Y cada 15 de agosto, en la pequeña de Nazaret, llena de gracia en el Señor, volvemos a decirle al “que hace obras grandes”: aquí estoy, cuenta conmigo, me fío de ti, contigo me la juego. 

Dios es bueno, dicen María e Isabel. Y Dios es fiel, proclaman juntas las dos mujeres. Ha sido fiel con Israel en su Historia. Y sigue siendo fiel con las personas sencillas. ¡A Dios no le gana nadie en fidelidad! Los humanos sabemos de infidelidades, o de fidelidades siempre incompletas. Pero fiel, fiel solamente es Dios. 

Hoy, hacemos memoria de la fidelidad de Dios expresada en las vidas de sor Jesús María y sor Guadalupe. Vidas que hace cincuenta años llegaron a esta casa (estaba entonces en el centro de la ciudad de Baza) sencillamente para buscar a Dios en el silencio y pensar en Él, contemplar su Palabra en fraternidad y hacerla fecunda en la soledad, por medio de la penitencia. Vinísteis a un monasterio con historia: la que os da ser la primera orden fundada por Santo Domingo, la raiz y la savia dentro de la Familia Dominicana. Vinísteis a ser el corazón de la predicación dominicana, sosteniendo la misión de los frailes, las hermanas de vida apostólica y los laicos. Habéis enlazado vuestra vida a Dios por medio de la pobreza voluntaria, la castidad hecha amor gratuito, la obediencia feliz de cumplir su voluntad. Habéis enterrado la semilla de vuestra vida en esta Iglesia humilde de la Diócesis de Guadix-Baza, y quién sabe cuántos frutos ha producido… 

Hemos escuchado en la primera lectura del Apocalipsis la promesa de felicidad de Dios para la Iglesia. Una mujer embellecida, a la que no se le evita el dolor humano, la persecución, sino que lo acoge y se hace fecunda. Y a quien Dios envía al desierto, donde se le concedió un lugar reservado. Como a esa Iglesia de todos los tiempos, a vosotras, hermanas, Dios os ha traído a este “lugar reservado”, espacio de amor. Para que acojáis el sufrimiento humano y lo transforméis en experiencia de alabanza. No es el monasterio un lugar de huida, sino de encarnación; para decir a todos que esta humanidad que conoce el dolor es amada por Dios. Que Dios quiere ser amigo de todos los hombres. 

“Prendado está el rey de tu belleza, póstrate ante él que es tu Señor”. Ese salmo 44 nos recordaba otra experiencia vital de María, de la Iglesia, y de vosotras, hermanas: la vida tiene sentido cuando uno la vive enamorado, apasionado. Cuando se pone el corazón entero y todos los afectos en quien es el Amor auténtico. Así es el día a día de las contemplativas. Así vivís y seguiréis viviendo, sor Guadalupe y sor Jesús María: desde un amor que seduce –el de Cristo- y para un amor por el que merece la pena consumirse. 

Y es más vuestra vida (más que una experiencia de fidelidad, de encarnación y de amor profundo). Vosotras nos manifestáis como la segunda lectura indica que la vida humana está llamada a la eternidad, a la resurrección. Vuestro monasterio, cada hermana, se convierte en signo de la resurrección a la que toda la humanidad está invitada por Cristo. Aquí se adelanta una pizca de la vida eterna. Dios nos ha creado para un proyecto grande, como ha confirmado en la historia de la Virgen María, modelo de la Iglesia y de las contemplativas. 

Y una última frase. Un reconocimiento, el de Isabel sobre su prima: “Dichosa tú que has creído: Dios cumplirá por tu fe su palabra en ti…”. Sois dichosas, hermanas. Hay una dicha inigualable en sentir la llamada de Dios y decir “hágase”. Una dicha en nutrirse de Él y de su amor incomparable vivido en fraternidad. Una dicha entregarle los minutos, los días, los años, la salud y la debilidad física. Una dicha formar parte de una partitura de alabanza que se esconde en la creación y en la Historia y que pasa por vosotras. Una dicha en ser “cauce, acequia de la gracia de Dios”. Sois muy dichosas, hermanas. Aunque pocos sean capaz de reconocerlo. Como Isabel y María lo proclamáis: Dios cumple su palabra en vosotras, y estos 50 años son prueba de ello. Ojalá muchas jóvenes pudiesen sentir esa dicha especial y consagrar su vida a este maravilloso proyecto… 

Queridas hermanas: habéis vivido 50 años de fidelidad de Dios sobre cada una de vosotras. Habéis sido felices como dominicas contemplativas… Dios sigue escribiendo, y por eso, queda mucho camino por andar, mucha Historia por escribir. Y siempre lo mejor está por llegar. En fidelidad, encarnación, amor profundo y una dicha inigualable. Hoy, día de la Asunción, con María y con toda la Iglesia que en Ella ve alcanzada la meta, también vosotras os hacéis alabanza. ¡Que siempre proclame vuestra alma la grandeza del Señor!














No hay comentarios:

Publicar un comentario