1 de octubre de 2015

UNA VENTANA ABIERTA. SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS ¿QUÉ AÑOS QUERRÍA TENER VD? CON LA HNA. CARMEN PÉREZ

UNA VENTANA ABIERTA. SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS ¿QUÉ AÑOS QUERRÍA TENER VD?
A raíz de una experiencia surgió esta pregunta: ¿qué años querría tener Vd.? Si se hiciera esta pregunta por la calle ¿querría Vd. ser más joven, más viejo, o prefiere seguir siendo como es? Las respuestas serían variadísimas. ¿Cuál sería la nuestra?

¿Por qué el niño de doce años quiere tener dieciocho? Quizá para ser más libre. ¿Y el de dieciocho tener ya veinticinco? Para haber encontrado trabajo, para tener su propia solución a la vida. ¿Y el de cuarenta o cincuenta volver a tener dieciocho? ¿Hay personas que desean envejecer? ¿Las hay que quieren quitarse años? ¿Por qué una edad va a ser mejor que otra? El ir en contra, a contratiempo de lo que es nuestra edad, es lo más ajeno y exterior a lo que realmente es nuestra vida. En realidad es esta la huida más fuerte de uno mismo. La huída de nuestra propia identidad. Porque mi vida es mí tiempo, los años que he vivido, ¿cómo los he vivido?, ¿cómo vivo mi presente y espero con paz y esperanza el mañana?


Hoy nos ayuda una jovencísima mujer, una monja de clausura. ¿Nos imaginamos qué hubiera contestado Santa Teresita del Niño Jesús, en cualquiera de los pocos años que vivió, - muere a los 24-, y que afirmaba que “la vida es un instante entre dos eternidades? El 8 de julio del mismo año en que muere, 1897, es llevada a la enfermería, donde los dolores se hacen más intensos, así como las pruebas, que soporta con paciencia hasta su muerte, acaecida en la tarde del 30 de septiembre. “Yo no muero, entro en la vida” había escrito. Sus últimas palabras, “Dios mío, te amo”, le llevan según su propia vivencia, a una nueva etapa de presencia apostólica, la comunión de los santos, para derramar una “lluvia de rosas sobre el mundo”, como ella lo deseaba ya en esta vida. “Voy a pasar mi cielo haciendo bien a la tierra”. Su caminito, decía, es el camino de una infancia espiritual, el camino de la confianza y de la entrega absoluta que todos podemos seguir. Decía que no poseía el valor para buscar plegarias hermosas en los libros, al no saber cuáles escoger, y reaccionaba como los niños diciéndole al buen Dios lo que necesitaba, porque Él siempre la comprendía. Quería encontrar un ascensor para elevarse hasta Jesús, ¡se sentía demasiado pequeña para subir la dura escalera de la perfección¡

¡Qué riqueza, qué cercanía la de Santa Teresita del Niño Jesús, carmelita descalza, que sigue el camino de perfección trazado por su Madre Fundadora, nuestra Santa Teresa de Jesús¡ El Papa Pío XI la canonizó, y proclamó después, “patrona universal de las misiones” a esta jovencísima monja de clausura que con toda sencillez cuenta en su autobiografía que en el lavadero una compañera de trabajo sacudía la ropa con tal fuerza que le salpicaba de jabón la cara. Eso le hacía sufrir, pero jamás le dijo nada, y ofrecía ese pequeño sacrificio por los pecadores. Su relación con María, la Madre de Dios, fue completamente la de una hija, sentía que nunca dejaba de protegerla y siempre recurría a ella, que se hacía cargo de sus intereses como la más tierna de las Madres. “Yo nunca aconsejo a nadie sin haberme encomendado a la Virgen Santísima. Ella es la que hace que las palabras que digo tengan eficacia en los que las escuchan”.

El Papa Pío XI la llamó “la estrella de su pontificado”, y definió como un “huracán de gloria” el movimiento universal de afecto y devoción que acompañó a esta jovencísima carmelita. El Papa Juan Pablo II la declaró Doctora de la Iglesia por la solidez de su sabiduría espiritual, y por la originalidad de sus intuiciones del misterio de Dios, y de la Iglesia. Lo que la impulsaba era el pensamiento de poder encender en amor de Dios una multitud de personas que le alabarán eternamente.

Para explicar y comprender cuál es la naturaleza del espacio de nuestra libertad interior, Jacques Philippe recurre a Sta. Teresita. Por una Providencia de Dios tuvo que entrar en la clausura de las carmelitas de Lisieux y pudo contemplar lleno de gozo los lugares que ella habitó. Sitios que había conocido por los recuerdos evocados por ella en sus Manuscritos autobiográficos. Lo que le sorprendió fue encontrar todo aquello mucho más pequeño de lo que se había imaginado. Este hecho, la estrechez de los lugares en los que vivió le hizo reflexionar y darse cuenta de hasta qué punto su vida había transcurrido en un mundo humanamente muy reducido: un pequeño Carmelo provinciano de vulgar arquitectura. Y dice este autor, que cuando se leen sus escritos, la impresión que queda no es en absoluto la de una vida pasada en un mundo estrecho. Muy al contrario. Teresita del Niño Jesús vivió inmersa en grandes horizontes como son los de la misericordia infinita de Dios y su ilimitado deseo de amor. Se siente como una reina con el mundo a sus pies, porque todo lo puede conseguir de Dios, y a través del amor llegar a cualquier punto del universo en el que un misionero necesite de su oración y sacrificio.

Nuestra libertad interior y nuestra riqueza están en buscar y encontrar, como Teresita de Liseux, nuestro propio centro y experimentar a partir de ese centro nuestra capacidad, nuestro poder real. Lo que realmente nos interesa es cómo realizar la exigencia del bien en cada edad y circunstancia de la vida. Siempre podemos recorrer el caminito de Teresita del Niño Jesús que nos hace crecer. En cada edad se aprende. Emplear nuestro caudal entero en lo que pueda rendir más amor, más gloria a Dios. Nuestra manera de vivir es la de no dejar pasar ni un solo instante sin marcarlo con nuestro amor. Y es una maravilla que sirva lo mismo para ese que quiere rejuvenecerse, que para el que quiere envejecer o morirse. Sólo esa fórmula cura a todos, la alegría que está fuera del tiempo, la roca contra lo que golpea en vano un tiempo enfurecido. Cada edad es una verdadera “escuela de vida”. La posibilidad de destruir el sentido de cada momento, de cada edad, sólo pertenece a la propia persona.

En ninguna edad se puede tener el corazón anquilosado. El corazón es el que debe latir siempre en todas las edades, latir a sus anchas, sin dejar que ninguna otra energía nos ahogue. No dejemos que pasen al alcance de nuestro amor un rostro sin darle la mirada que puede ayudar, o la puerta que podemos ayudar a abrir. “¡Qué grande es el poder de la oración. Se diría que es una reina que en todo momento tiene acceso directo al rey y puede conseguir todo lo que le pide”, siente Teresa de Lisieux.



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