28 de agosto de 2015

LA EXPERIENCIA DEL AUTÉNTICO AMOR, CON LA HNA CARMEN PÉREZ

UNA VENTANA ABIERTA. S. AGUSTÍN: LA EXPERIENCIA DEL AUTÉNTICO AMOR

Esta experiencia del auténtico amor, tan necesario siempre en la vida, (y ésta es en realidad la experiencia de los santos), hoy con San Agustín.

“Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor, si perdonas, perdonarás con amor”. ¿Se imaginan si viviéramos realmente la experiencia del auténtico amor cómo viviríamos?

Cuántas veces hemos oído muchos de nosotros esta experiencia de S. Agustín: ama y haz lo quieras porque el amor es paciente, es servicial, no busca su propio interés, todo lo espera. Y se nos unen las palabras de S. Agustín y el Himno a la caridad de S. Pablo: “Si no tengo amor no soy nada”. Para eso hemos sido creados para amar, “Dios nos hizo para Él y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Él”. Insisto: ésta fue la experiencia de la vida de Agustín de Hipona, “el amor es una perla preciosa que, si no se posee, de nada sirven el resto de las cosas, y si se posee, sobra todo lo demás” dice comentando la Epístola de S. Juan.

"¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo”. ¿Y cuándo descubramos y reconozcamos que Dios está más íntimo a mí mismo que yo mismo?

Hay veces que tras admirar un paisaje, escuchar una melodía, una conversación de corazón a corazón con un amigo, ver una acción o una manera de actuar de una persona, algo dentro de mí queda como “convertido”, como cambiado, como limpio. A través de eso siento algo que trasciende el mismo paisaje, la melodía, la conversación, la acción de la persona. Todo ese profundo impacto, sí, producido por esa realidad concreta, pone de manifiesto que a través del paisaje, de la melodía, de la conversación, de la acción de la persona, amo lo bello, lo noble, lo verdadero.

Conocemos en la medida que amamos. Lo mismo sucede con la experiencia del auténtico amor, de la auténtica amistad. A través del que amo hay algo que se despierta y es como más profundo que esa relación concreta, es el descubrimiento del amor mismo en cuanto tal, del verdadero amor´, por eso “donde no hay caridad no puede haber justicia”.

Todo verdadero amor, toda vivencia así suscita un anhelo de una realidad que le trasciende, es como una especie de llamada que provoca tanto el deseo como la nostalgia de un amor eterno del que se viene, en el que se vive y al que se va. Cuando se ama verdaderamente, a través del que amo, descubro el misterio de Dios, la necesidad de un amor absoluto. Como a través de las cosas bellas, voy hacia la belleza. “Dos amores han fundado dos ciudades: el amor a uno mismo, la terrenal, y el amor a Dios, la celestial”, las dos ciudades de las que habla Agustín de Hipona. ¿En qué ciudad estoy en la del egoísmo o en la del amor de Dios, en la de hijo y heredero?

¿No es un hecho que todos podemos ver y reconocer que el amor de Dios por nosotros es una cuestión fundamental para la vida y plantea preguntas y respuestas decisivas sobre quién es Dios y quiénes somos nosotros? O por el contrario: ¿Es que en última instancia no hay más que opiniones de idéntico valor unas y otras? ¿No hay nada por lo que valga la pena entregarse y a lo que podamos servir con toda nuestro ser? ¿No existe más que una ilusión en la experiencia del amor? ¿Quién es el que puede a última hora justificar este amor?

Existe un Dios personal y vivo en quien reconozco realizada personalmente la belleza, el amor, el bien, todo eso que busco a tientas a través de las criaturas. Por eso todos los valores en los que creo tienen significado, validez objetiva. El sentido de mi existencia es sencillamente el amor de Dios. Desde el momento en que Dios no aparezca, todo es igual. Un mundo sin el amor de Dios es un mundo absurdo. Dios está en mi experiencia más profunda. S. Agustín decía, como acabamos de recordar, que Dios es aquel que es en mí más que yo mismo. Y por eso cuando busco puedo agarrarme, apoyarme, fundamentarme de tal manera que descubro el amor auténtico y todo tiene sentido.

En este amor aprendo a mirar y reconocer, no con mis medidas, sino desde la perspectiva del auténtico amor. No puede reconocer al otro sin ver en él la imagen divina, sin entrar en esta mirada y juicio de lo que es amor verdadero. Los santos son los que aman de manera siempre renovada gracias a su encuentro con Jesucristo. Todo comienza y vive en el amor de Dios que nos ha amado primero. Es una experiencia de auténtico amor nacida desde dentro.

Es fundamental que yo crea en el amor de Dios y por eso puedo vivir una pasión por la humanidad. Es maravillosamente real y concreta la primera carta de Benedicto XVI “Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él. Estas palabras de la Primera carta de Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino. Además, en este mismo versículo, Juan nos ofrece, por así decir, una formulación sintética de la existencia cristiana: Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él”.

"¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo” “Dios está más íntimo a ti, que tú mismo”.


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