Me llamo Marta, tengo 28 años y soy Misionera de Santo Domingo,
antes miembro de la parroquia de los Dominicos en Peñalver, Madrid. Ahora llevo
unos meses en Vietnam, mi primera asignación en Oriente pues había estado en Tailandia,
pero sólo durante un mes. Sin más os comparto mi experiencia de lo vivido hasta
ahora.
Sólo conozco la ciudad de Ho Chi Minh, pero de vietnamitas tengo
más experiencia, pues vivo con nueve hermanas y en la vida diaria me relaciono
con muchas más.
El ambiente en el que me muevo es preferentemente católico, por lo que la visión puede ser un poco parcial. Como características puedo decir que son:
El ambiente en el que me muevo es preferentemente católico, por lo que la visión puede ser un poco parcial. Como características puedo decir que son:
·
Muy acogedores; te hacen
sentirte bien. Acogida que expresan mediante su generosidad, te dan lo mejor
que tienen, aún en medio de la pobreza que sufren en muchos casos. Una se
siente bien entre ellos con facilidad.
·
Familiares; hacen mucha vida
de familia, respetan mucho a los mayores y cuidan de los niños. Siempre se
ayudan entre ellos cuando hay algún tipo de necesidad.
·
Es un pueblo muy alegre,
disfrutan mucho cualquier celebración y las buscan.
Hasta el momento presente esto ha sido lo que más me ha llamado la
atención de este lugar. Creo que estas actitudes ayudan mucho a que los que
venimos de fuera nos sintamos integrados. A todo esto, podemos añadirle la
delicadeza propia de muchos pueblos orientales, lo cual se expresa hasta en el
mismo uso de la lengua. La gente hace mucha vida en la calle, por el clima que
lo favorece y por las distancias.
Vivencia religiosa
Lo primero que a cualquiera nos llamaría la atención en este país
es acudir a misa a las 5 de la mañana, primera misa del día y encontrar la
Iglesia llena de gente que a va misa antes de ir a trabajar. O por las tardes
ir a misa de niños y ver la Iglesia con 200 o 300 niños que acuden “cada día” a misa y a la catequesis. Y
los domingos ya se desbordan las Iglesias, en todas ellas hay al menos unas
cuatro misas, y siempre está la Iglesia
al completo, y hasta en la calle.
Son muy numerosos los ministros
extraordinarios de la comunión, así como el número de catequistas; cada domingo
unos 200 jóvenes acuden al centro de pastoral diocesano para recibir una
formación de tres años y poder al término de la misma ser catequistas.
Realmente es una Iglesia mantenida y formada por los laicos, dejando a los
pastores una labor de dirección y acompañamiento, el trabajo y la colaboración
es impresionante.
Son además conscientes de su
misión en la Iglesia, ellos son Iglesia y saben que son los que la sustentan
económicamente y en todos los aspectos, trabajan en los despachos parroquiales,
visitan a enfermos y pobres, dan catequesis, y un largo etcétera. Se mueven y
tienen verdadera conciencia de lo que significa “amor al prójimo”.
Es cierto que hemos de reconocer que aún hay muchos
aspectos de la vida de este cristianismo que están sin “bautizar” del todo,
ciertas supersticiones o actitudes… quizás el peso de vivir en un entorno tan
poco cristiano tenga mucho que ver. Los cristianos son entre un 7 y un 10% de
la población, el peso de un 90% sin duda se dejar sentir de alguna manera.
Desde nuestra perspectiva,
incluso podríamos aventurarnos a ver en algún punto una fe que es poco madura,
que le falta el encuentro personal que va más allá de las palabras. Pero
después de ver cómo colaboran y cómo viven, queda plantearse quién ha tenido
más encuentro personal o qué fe es más madura.
Nuestra misión en Vietnam
Dios se ha servido de un camino inesperado para hacernos llegar hasta
esta tierra, particularmente inesperado para mí. Una de mis connovicias es
vietnamita, por razones de salud tuvo que viajar hasta aquí para una operación,
en este trascurso de tiempo un sacerdote ofrece una casa con algunas chicas que
quieren ser religiosas pero que no tienen quien las ayude, nos aventurábamos a
hacerlo cuando este sacerdote se echó atrás. Aun así las hermanas responsables
de la Congragación supieron leer el soplo del Espíritu que nos traía a Vietnam,
y así fue. A día de hoy hay 23 jóvenes con deseos grandes de ser Misioneras de
Santo Domingo. En aquellos años de noviciado nunca pude imaginar que sería yo
la que acabaría viniendo aquí en el grupo de las primeras hermanas, ¡qué pena
no haber aprovechado para ir aprendiendo la lengua! Una vez más los caminos de
Dios…
Son unas jóvenes alegres, con
deseos de aprender y de entregar. Nos han acogido con gran cariño y están muy
agradecidas de que nuestra entrega a Dios se esté realizando mediante la
entrega a ellas. Son conscientes de que hemos dejado todo por seguirle a Él, y
que eso nos ha llevado hasta allí.
Hasta el momento presente no
tenemos ningún otro apostolado aquí, en la medida que la lengua nos lo va
permitiendo, colaboramos en lo que podemos. Sin embargo tenemos una gran misión:
Colaborar en la formación
cristiana-religiosa de las jóvenes.Es muy gratificante ver cómo van
progresando en sus caminos personales, y el poder estar a su lado para
acompañarlas, aunque no deja de ser un reto y una gran responsabilidad.
Con ellas hemos visitado a
familias que viven en grandes dificultades por motivos económicas o de salud,
la enfermedad y la pobreza están muy extendidas y casi siempre van de la mano.
Es mucho lo que se puede ayudar aquí aunque no siempre te lo permiten. Esto ha sido
un fuerte interrogante para mí en todo este tiempo.
Aunque en otros lugares las
vocaciones hayan disminuido, aquí Dios nos está abriendo la puerta a un nuevo
futuro. Él empezó la obra y Él está poniendo los medios para que ésta continúe.
Debemos permanecer abiertas a la esperanza, pues nos sorprende y nos va
mostrando sus caminos que tantas veces no coinciden con los nuestros, ni con
nuestros tiempos.
Hay quien piensa que según se
vaya abriendo el país, irán entrando los mismos aires que en otros lugares del
mundo, y el número de vocaciones se verá muy reducido de aquí a unos años. De
momento para mí es el tiempo de la siembra, no sabemos lo que nos deparará el
futuro al igual que no sabemos por dónde nos guiará. Así pues sembremos, como
dice el Evangelio, pues lo nuestro no es cosechar, sino poner la semilla y
abonar bien el campo para que dé fruto abundante.
Mi experiencia personal
Después de todo lo dicho, hablar ahora de mi experiencia personal
parece que sobre, pues esta se transparenta mediante todo lo que ya he
expuesto, pero hay algo que tal vez pueda añadir de lo que personalmente he ido
viviendo.
Hay que reconocer que dejarlo
todo y salir a lo desconocido no es una aventura nada fácil, y menos cuando
estás en los comienzos a muchos niveles. Puedo decir que estoy en los comienzos
de mi vida religiosa, aunque ya tengo experiencias de diferentes tipos. También
estoy en los comienzos de mi vida como misionera, en la que se echan de menos tantas cosas: tu
lengua, tus costumbres, tus seres queridos, familiares, hermanas y amigos.
Comienzas además, a vivir en una comunidad totalmente internacional
y estando fuera de tu país. Todo resulta nuevo y tienes que aprenderlo todo,
desde cómo saludar o comportarte hasta qué comer y cómo hablar. Una se siente
descolocada y un poco perdida.
Pero de toda dificultad sacamos
una gran lección. Aprendes a ser más sencillo y humilde, pues te haces
consciente de tus propias limitaciones y debilidades. Aprendes a no juzgar al
de al lado, pues no sabes el proceso que dentro de él se está dando y cómo está
afrontando su propio camino. Eres consciente de que necesitas tiempo para
adaptarte, y se lo das también al que está junto a ti, porque seguro que
también lo necesita. Aprendes que la vida no se ve desde todos los prismas de
la misma manera, y que lo que nos resulta muy evidente desde nuestros
parámetros culturales, desde otros es algo sorprendente. Aprendes a vivir al
día, a permanecer abierto a la esperanza, a poner la vida en manos de Dios que
cada día proveerá. Ves que la vida nunca deja de enseñar, y que lo que de
verdad merece la pena, en lo que tenemos que gastar energías es en amarnos unos
a otros, pues al final es lo que nos queda, lo demás desaparece, incluso no hay
que esperar al final, simplemente a corto plazo contemplamos que en lo que ayer
me dejé las fuerzas hoy no vale nada, pero lo que amé, permanece en mí y en el
otro para siempre.
Así pues, queda claro que no es
tarea fácil dejarlo todo y salir al anuncio de su Evangelio. Pero cuando puedes
volver la vista hacia detrás, aunque sea tan sólo a unos meses y siendo aún
mucho el camino por delante con sus dificultades incluidas, y contemplas lo que
has cambiado, lo que has aprendido y lo que has experimentado, te dices y Le
dices, “valió la pena, Amigo, gracias por llamarme y sigamos caminando”.
Sor
Marta García Gómez O.P.
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