El buen pastor ofrece la vida por las ovejas. Vivamos realmente estas palabras. Cristo obedeciendo la voluntad de Dios Padre se ha encarnado, se ha inmolado en la Cruz y ha resucitado por cada uno de nosotros. Jesucristo, y nos tiene que llenar de consuelo y de fortaleza, de ánimo y alegría para vivir nuestro día a día, realiza el modelo más alto de amor, el más llenos de misericordia, de certeza, seguridad y confianza en nuestra vida. El dispone libremente de su vida, nadie se la quita, la da a favor nuestro.
¿Cómo no sentir la Providencia de Dios, su preocupación paterna por cada de uno nosotros en estas palabras que dijo Jesús y que son para siempre: “Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas; el asalariado, que no es pastor, ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo las roba y las dispersa; y es que a un asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el Buen Pastor, que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas”. Estas palabras de Jesucristo tienen que estar dentro de nuestro corazón, en nuestro ser más íntimo. El nos conoce, nos conoce y ama mucho que nosotros a nosotros mismos. ¡Y que experiencia nos transmite Jesús¡: igual que el Padre le conoce a Él y Él conoce al Padre nos conoce a cada uno de nosotros¡ Da su vida por nosotros, por eso es nuestra continua referencia y a Él tiene que estar dirigido nuestro corazón, nuestro entendimiento, todo nuestro ser porque es nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida.
Es un hecho que lo que llamamos el domingo del Buen Pastor nos presenta el amor y la misericordia de Dios. Cada año se nos invita, como dice el Papa Francisco a redescubrir, siempre con nuevo asombro, esta definición que Jesús ha dado de sí mismo: Yo soy el Buen Pastor que da su vida por sus ovejas, y como decíamos leyéndola, orándola, viviéndola, compartiéndolas con nuestro amigos, a la luz de su pasión, muerte y resurrección.
Contemplemos la Providencia de Dios, su preocupación paterna por cada uno de nosotros. Cristo ha venido a salvarnos, a redimirnos, a decirnos que somos hijos de Dios, miembros de la gran familia que es la Iglesia. Me confortan mucho esas palabras de S. Juan que leemos tan a menudo en nuestro rezo de la liturgia de la horas, oración oficial de la Iglesia “: Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a él. Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es".
En esta pincelada me urjo a mi misma y les invito leer una y otra vez este capítulo décimo del Evangelio de S. Juan en el que como dice Benedicto XVI se nos describen los rasgos peculiares de la relación entre Cristo y su rebaño, entre Cristo y su Iglesia, entre Cristo y cada uno de nosotros. Una relación íntima que nadie podrá jamás arrebatar las ovejas de su mano. Sólo depende nuestra libertad, de nuestro decirle como María: hágase en mí según tu voluntad. Estamos unidos a Él por un vínculo de amor y de conocimiento recíproco que nos garantiza nuestro caminar en esta vida y el don inconmensurable de la vida eterna. Nuestra actitud está muy clara en dos verbos: escuchar y seguir. Escuchar su Palabra día a día, de la que nace y se alimenta nuestra fe, y seguir, seguirle como han hecho todo los que han creído y creen en Él. Escuchar sus enseñanzas para vivirlas en nuestro día a día.
Me ha hecho partícipe de la experiencia de fe tan conmovedora que ha tenido y tiene una amiga con el salmo 22: el Señor es mi Pastor. ¡Qué consoladoras son las palabras del Salmo 22, el salmo que se repite tanto en la Iglesia: El señor es mi pastor nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas…aunque camino por cañadas oscuras nada temo, porque Tu vas conmigo, tu vara y tu cayado me sosiegan… tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida y habitaré en la casa del Señor por años sin término.
Es muy significativo que el domingo del Buen Pastor celebremos en la Iglesia la Jornada mundial de la oración por las vocaciones. La misión de Cristo se prolonga a lo largo de la historia a través de los pastores, y de todo lo que implica la vida consagrada a Él. Esta Jornada nos recuerda la importancia de rezar para que como dijo Jesús a sus discípulos el dueño de la mies, mande obreros a su mies. Esta vocación proyecta la alegría de la comunión con Dios y con los hermanos, ponernos y ayudar a todos a ponernos en caminos hacia Jesucristo, principio y fin de nuestra vida y de nuestra felicidad.
Y acabamos de la mano de María: Tú, Madre de Cristo acompáñanos en nuestro caminar, en la vocación a la que cada uno hemos sido llamados.
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