Estamos al final del camino de la Cuaresma. La liturgia nos invita a pararnos un poco para reflexionar seriamente, con sinceridad, sin temor; ¿cómo estamos viviendo nuestra vida como seguidores de Jesús? Esta pregunta es de capital importancia, ya que sigue un hilo conductor que está marcado por lo que hemos estado viviendo en este tiempo litúrgico unido a la intención que muestran los griegos en el relato del Evangelio; Señor: "queremos ver a Jesús". ¿Esta amalgama de sentimientos, intenciones y prácticas cuaresmales me han llevado a una purificación en mi relación con Dios. He sido capaz de sentir con un corazón de carne, purificar mi corazón a la hora de relacionarme con mi prójimo. He sido capaz a lo largo de este proceso de ir dejando en el camino ese hombre viejo para encauzar mi vida en la alianza de un Dios que es misericordioso?
El Evangelio de esta última semana de Cuaresma nos viene a plantear qué actitud he tomado yo ante la vida, ante Dios, ante mis hermanos y ante mí mismo. Hemos realizado un camino desde el miércoles de ceniza que desemboca en la Pascua, por tanto debemos preguntarnos por nuestra actitud ante la limosna, el ayuno y la penitencia, si el centro de todo ese camino cuaresmal ha sido Jesús de Nazaret. Para ello, la liturgia nos presenta la parábola del grano de trigo, que no tiene otra función que hacernos caer en la cuenta a nosotros, seguidores de Jesús, si hemos sido capaces de ir muriendo conforme a la voluntad del Padre. Es decir, quitarnos las vendas de los ojos haciendo así central la encarnación del Hijo en nuestras vidas.
Es desde la categoría de la actitud desde donde se puede hacer una lectura de la Palabra de Dios. ¿Qué actitud hemos tomado ante la vida? Es interesante verlo desde esta clave ya que tenemos una función, un compromiso con el mundo. Para ello, es interesante ir conjugando la imagen del trigo, que nos viene del mundo rural: esa función tiene un calado más hondo que solo caer en la tierra y morir para dar mayor número de granos. No es solo la simpleza de caer en la desnuda tierra y al cabo de un proceso que salgan muchos más granos. Sino que es toda una transformación, es una donación para dar nueva vida y darla con abundancia. De ahí que nuestra actitud, nuestra función en esta vida sea esa: donarnos por completo a la causa del Reino de Dios.
Podemos tomar el salmo 85 para que quede más clara esa actitud: "cuando atraviesan áridos valles los convierten en oasis, como si la lluvia temprana los cubriese de bendiciones". Evidentemente, esa es la actitud de un cristiano que es verdadero discípulo de Cristo, en la aridez de la vida, en la sequedad, en la oscuridad o el sinsentido soy capaz de morir a mí mismo y ser oasis para el que está a mi alrededor. Secar una lágrima, tender una mano, escuchar, acompañar... Es la entrega total, radical, el poner toda la carne en el asador lo que permite que ese grano fructifique, que dé el ciento por uno. Las reservas, intereses personales, la mediocridad, medias tintas, llevan sin lugar a dudas que el grano de trigo se ahogue entre terreno pedregoso.
La semilla de trigo hace el proceso involuntariamente, se dan una serie de condiciones ambientales que le permiten que una vez que está en tierra buena fructifique. A nosotros nos cuesta mucho más morir, ponemos más resistencia al cambio. Nos solemos aferrar a seguridades, a pequeños ídolos, a comodidades y… ¿dónde queda sitio para la gratuidad? El Evangelio de hoy también habla de la exaltación de la cruz, como otra actitud ante la vida. En este caso la que tomó el Nazareno, dar su vida libremente por amor a la humanidad: "nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos". Ésa es la verdadera forma de caer en la tierra y dar fruto en abundancia, aquí se dejan ideales, utopías para que de las incomprensiones, heridas, miedos, sufrimientos, sinsabores de la vida, sean transformados en ese amor de Dios hecho carne en el corazón de cada uno de nosotros, para nacer al sueño de Dios.
La mies es abundante aunque pocos los jornaleros que cada día creen, se esfuerzan y trabajan duro por el Reino de Dios. Por tanto, se necesita de ese "trigo generoso". Trigo generoso que poco a poco implante en este mundo el paradigma del Reino de Dios, que de esperanza a una sociedad que grita por otro ideal, que abandonado en las manos de Dios sea capaz de morir a sí mismo para hacer en este mundo posible el sueño de Dios. ¡Atrévete a embarcarte en el proyecto de Dios!, hay una cantidad de sueños, proyectos, ilusiones en las que muriendo a uno mismo puedes llevar a los demás la vida de Dios.
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