* La monja para hablar con Dios en el silencio, orando ininterrumpidamente, pensar en Él e invocarlo.
* Los frailes, hermanas y seglares, evangelizar por todo el mundo el nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Estos dos aspectos de la vida dominicana se fecundan mutuamente por la caridad y la estrecha relación entre sus miembros.
La monja dominica, es una mujer que en el amor, ha hecho de Dios su centro, asumiendo como propios los sufrimientos y alegrías del hombre de hoy, perpetuando en la historia el clamor constante de Domingo: ¡Dios mío! ¡Qué será de los pecadores!, ¡qué será de tantos hombres y mujeres ahogados en el sin sentido, en la desesperación, en el odio, en el vicio...! ¡tantas personas humilladas física y psicológicamente! ¡tantos hombres sin hogar, pan y cariño!... .
Ha de ser el existir de la monja una luz en el camino de los hombres, un recuerdo perenne de la existencia de Dios y la alegría del Reino, ¡un testimonio viviente del Resucitado!
Como contemplativas de la Orden de Predicadores han guardado en sus corazones todo lo que Santo Domingo les ha enseñado. En este sentido, las contemplativas han de ser como la reserva de ese patrimonio que Nuestro Padre quiso para impulsar la misión de la predicación. Ahora me atrevo a pedirles que nos “recuerden” ese patrimonio: impúlsennos a los frailes a ser verdaderos hombres evangélicos, predicadores de la Palabra estudiada, orada y contemplada; ofrezcan su testimonio a las religiosas de tantas Congregaciones para que descubran siempre y en todo lugar las raíces contemplativas y comunitarias de su ardor apostólico y misionero, el sentido último de su compromiso con los pobres y marginados, y el anticipo de las realidades futuras; inviten a nuestras fraternidades laicales a ser levadura en el mundo y ambiente que han de evangelizar: la familia, la escuela y la universidad, el mundo del trabajo, el de las asociaciones de trabajadores, de las fábricas y las oficinas, la política, la economía, etc…
Queridas hermanas en Santo Domingo: tengan siempre conciencia de su vida y misión contemplativas, del sentido de las necesidades verdaderas y profundas de todos los hombres y mujeres por los que oran y se sacrifican. Caminen pobres, libres, fuertes y amorosas hacia Cristo viviendo fielmente con gusto, sencillamente, humildemente, con fortaleza, como voluntad del Señor su vocación y el deber que deriva de las circunstancias en que se encuentran. Hagan pronto, bien y gozosamente lo que ahora la Iglesia, la Orden y el mundo esperan de ustedes, aun cuando supere inmensamente sus fuerzas y les exija la vida.
(24 de febrero de 2018)
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