Es muy antigua la advocación de la Virgen María como del “Buen Consejo”, pero durante siglos se perdió. Algunos Papas le han rendido homenajes a esta advocación: Pio V, Urbano VII, Inocencio XI, Benedicto XIV, pero no me centro en la historia. Solamente la referencia de dos Papa no lejanos: Pio IX la incluyó en las letanías lauretanas: Madre del Buen Consejo, ruega por nosotros y Pio XII la escogió como Patrona de su pontificado.
Esta advocación representa a la Virgen con inefable afecto maternal, amparando en sus brazos al Niño Jesús que refleja el candor de su corta edad pero hay algo especial en su expresión en la que se presiente toda la obra de la creación, y se intuye que este Niño es el Señor del pasado, del presente y del futuro. Madre e Hijo presionan su rostro y hay una atractiva intimidad, y como un intercambio de miradas. Y ella, la Madre, Nuestra Señora del Buen Consejo a nosotros nos dice: Haced lo que Él os diga. El mejor consejo nos lo ha dado ya ella.
María se nos presenta siempre como la que nos señala permanentemente hacia su Hijo diciéndonos a todos los demás hijos: haced lo que Él os diga. En las bodas de Caná, allí estaba María, e insta a Jesús a apiadarse de la pareja de novios. “Mujer ¿qué nos va a ti y a mí?” Pero ella sabe lo que su Hijo puede hacer, y nos dejó una de las frases más hermosas del Nuevo Testamento: “Haced lo que Él os diga”. Empezó su vida de Madre ya para toda la eternidad en el momento que le dijo a Dios: “Hágase en mí según tu palabra. He aquí la esclava del Señor”. Es verdad que en la cruz, el momento de morir Cristo, es la proclamación universal de su maternidad: Madre ahí tienes a tu hijo. La meditación profunda sobre la fe de María encuentra el punto culminante en la interpretación de María de pie junto a la cruz, María que conserva fielmente en su corazón toda la vida de su Hijo. Y la fe entra en el momento de oscuridad total. Oye a su Hijo orar diciendo: “¡Dios mío, Dios mío¡ ¿por qué me has abandonado?” Y en ese momento: ella es nombrada la Madre de toda la Humanidad.
María es la primera creyente, precede en la fe a todos, y es la Madre que nos brinda el ejemplo de fe y esperanza que necesitamos diariamente en nuestra vida. La exhortación de María: “Haced lo que Él os diga” conserva un valor siempre actual para todos los cristianos de todos los tiempos, y está destinada a renovar en la vida de cada uno de nosotros su efecto maravilloso. Nos invita a una confianza sin vacilaciones, sobre todo cuando no se entienden el sentido y la utilidad de lo que Cristo parece pedirnos.
Nuestra Señora del Buen Consejo nos estimula a ser valientes en la fe y a experimentar en nuestra vida la verdad de las palabras del Evangelio: “Pedid y se os dará”.
De niños todos hemos aprendido la diferencia entre las letras mayúsculas y las minúsculas. Nos enseñaban unas normas básicas para su empleo: después de punto, nombres propios, cargos importantes, siglas de organizaciones… La real Academia Española aclara las dudas y aconseja su uso “moderado” porque en el mundo en que nos movemos le estamos quitando su sentido. Hablo de la “M” mayúscula en función de la importancia que psicológicamente pretendemos darle. Hablo de la “M” mayúscula de la Madre, y de la Madre María, las dos con mayúscula, la Madre a la que siempre podemos invocar, de todas las maneras y en todas las situaciones. Siempre podemos acudir a ella, siempre es Nuestra Señora del Buen Consejo, todo con mayúsculas. He leído en un libro de Gilbert Cesbrón, “Soltad a Barrabás”, que hay dos clases de amor, y el único que merece la A mayúscula es el que da más que lo que recibe. Ese es el Amor de Dios, y como hijos de nuestro Padre podemos “heredarle” y aprender a amar de esa forma. Su Amor con mayúscula al crearnos nos hizo nacer de nuestra madre y al redimirnos, de la Madre de su Hijo.
La semilla, en este caso de lo que realmente es la “Madre” tanto en la dimensión humana como en la de la fe, asume y transforma en sí las fuerzas de la tierra, y actúa de forma realmente nueva, la hace fructificar. La semilla no queda sola, a la semilla pertenece el misterio materno de la tierra. A Cristo pertenece María, la tierra santa de la Iglesia, como tan bellamente la llaman los Padres de la Iglesia. El misterio de María. El misterio de María significa precisamente esto, que la Palabra de Dios no quedó sola, sino que asumió en sí lo otro, la tierra, se hizo hombre en la “tierra” de la madre, y así, fundido con la tierra de toda la Humanidad, pudo regresar de un modo nuevo a Dios. María, la Madre, la creyente. Nuestra Señora del Buen Consejo: ruega por nosotros. La actitud fundamental desde la que se articula toda la vida de María es la fe y la confianza: Haced lo que Él os diga.
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