27 de octubre de 2014

EL ENCUENTRO PERSONAL CON EL AMOR DE JESÚS, CON LA HNA. CARMEN PÉREZ STJ

UNA VENTANA ABIERTA. EL ENCUENTRO PERSONAL CON EL AMOR DE JESÚS
    Es evidente que la experiencia de ser salvados por Jesucristo nos mueve a amarlo cada vez más porque, salvados por Él, podemos conseguir nuestra plenitud y bienaventuranza eterna. ¿Quién no ama al que le salva la vida? ¿Cómo es posible que no se despierte nuestro corazón a semejante amor?
    “Pero ¿qué amor es ese que no siente la necesidad de hablar del ser amado, de mostrarlo, de hacerlo conocer? Si no sentimos el intenso deseo de comunicarlo, necesitamos detenernos en oración para pedirle a Él que vuelva a cautivarnos”, nos dice el Papa Francisco en “La alegría del Evangelio”. La “alegría del evangelio” título que es para saborear y saborear en los ratos de oración, y vivirlo en la vida diaria, “la alegría del Evangelio” llena el corazón e inunda nuestra humanidad. 
    “No he venido a ser servido sino a servir”. Las palabras del Señor no son una grande y bonita teoría, sino una enseñanza exigente acerca del servicio, son la referencia y la propuesta para nuestra vida. La profundidad de la vida de Jesús de Nazaret fue directamente proporcional a su testimonio, vida y testimonio fueron lo mismo en Jesús. “Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura”. A todo testimonio hay que aplicarle la medida de Dios. Dar la vida, es desde luego la prueba de mayor servicio y del amor hasta el extremo. Toda la vida de Jesús es un puro servicio al hombre. Tengo que experimentar por mí misma que toda su vida fue un servicio lleno de amor a cada uno de nosotros. El puro amor es el puro servicio. Servir, es todo lo opuesto a servilismo. Servir es la forma más pura de amar. El que sirve auténticamente no alardea. En realidad el auténtico profesional es el que sirve. La verdadera meta sería que todos los profesionales vivieran su profesión como un servicio.
     “Si comprendéis esto y lo hacéis, seréis bienaventurados”, dice Jesús al acabar de lavar los pies a los apóstoles. El cardenal Newman, el beato John Henry Newman, dice que estas palabras de Jesucristo son la bienaventuranza de la vida, del dinamismo, del actuar, del servicio. Todos contribuimos al bien común. El que sólo vive para sí y es un egoísta, no es auténticamente una persona, es como si no fuera del mismo linaje que los demás. El ejemplo para su comentario lo toma el Cardenal Newman de la belleza de la escena del lavatorio de pies, y lo centra en esta expresión: “si comprendéis esto y lo hacéis, seréis bienaventurados”. ¡Cómo ha conmovido esta escena a los escritores tanto espirituales como profanos, y a los grandes pintores¡. Sin ir más lejos, cuántos hemos gustado y contemplado la “Última cena” y el “Lavatorio de los pies” de Tinttoreto en el museo del Prado, que parece ser que las dejaron cercanas, para que se saboreen juntas. Y cada una desde su perspectiva mejor: de lado el Lavatorio y de frente la Cena.

    El pasaje de S. Juan es conmovedor y nunca acabaremos de orarlo. El Señor lava los pies de sus discípulos y lo hace en un momento de gran sufrimiento moral, poco antes de que uno de los suyos le traicionara, y cuando va a ser apresado por sus enemigos, y llevado a la muerte. No es difícil sentir la situación. Todos iban a abandonarle y a huir. El lo sabía y, no obstante, lavó sus pies con serenidad, y bien claro dijo que lo hacía a modo de ejemplo, porque ellos tenían que abundar en servicios humildes unos a otros. Los discípulos habían oído muchas veces su enseñanza. Quizá interiormente decían “esto ya lo sabemos”. Y en el mejor de los casos, en la Última Cena, debieron sorprenderse de que aquello desembocara en un “precepto”, algo que no sólo debían saber, sino ponerlo en práctica. El conocimiento de Dios implica una exigencia. Saber algo, en este sentido que venimos hablando, no significa nada, a menos que se ponga en práctica, a menos que se dé testimonio de ello. La fe, la esperanza y la caridad, o se viven o ¿qué son?.

    Cuando leemos pasajes del Evangelio, -aunque es ya un paso leerlos-, pasamos sobre ellos como quien los admite sin discusión y así, en la práctica, lo que hacemos es olvidarlos. Hay corrientemente un saber que en realidad equivale a nada, quizá lo consideramos, e incluso le atribuimos cierto peso, pero de ese modo nos llamamos a engaño. Saber, saber es lo que se practica. Y lo mismo hacemos en otros casos semejantes. Mucha gente en vez de aprender humildad en la práctica, se declara un pobre pecador, y acto seguido se enorgullece por haberlo dicho, incluso justifican muchas de sus actitudes porque son humildes, porque se reconocen en su pequeñez. Son personas orgullosas de lo que llaman su humildad. Los que creen haber entrado fácilmente en esa hondura de la humildad, pueden estar seguros de no haber entrado en absoluto. Si comprendéis esto y lo hacéis, seréis bienaventurados. Me he dado cuenta de que aquí está mi problema, me estoy empezando a examinar a ver si “comprendo”, como dice Jesucristo, porque entonces es seguro que seré feliz, bienaventurada.

    La palabra del Señor permanece para siempre y posee una hondura de sentido necesaria para todo tiempo y lugar, pero se entiende sólo con esfuerzo y dolor. Los que creen haber entrado fácilmente en esa hondura pueden estar seguros de no haber entrado en absoluto. No basta sentirnos religiosos, declarar nuestro amor hacia la religión y ser capaces de hablar sobre ella e incluso defenderla. Todo esto puede sustituir a la negación de sí mismo que es la sustancia de la verdadera religión. “El que no se niega a sí mismo no es digno de mí”. El comprender esto, y hacerlo, implica la negación de sí mismo, negación que nos lleva al logro de nuestra verdadera humanidad, de encontrar nuestro verdadero “yo” en Jesucristo. Quién soy “yo” sólo lo sé a la luz del que me ha dado el ser. La religión cristiana es atractiva como idea, ¿verdad?, pero es exigente en la práctica.

    Es bueno pararnos y ver cómo leemos ordinariamente la Sagrada Escritura. “Si comprendéis esto y lo hacéis seréis bienaventurados”. Leemos un pasaje y nos admiramos de lo que leemos. ¿Quién no se admira de la belleza de lo que lee? No se trata ahora de los que sólo leen la Biblia de vez en cuando, o de los que sólo oyen la palabra del Señor los domingos y mirando el reloj. Lógico, la encuentran aburrida y sin interés, como el que va al Prado a ver una exposición de corrido, o el que está en un concierto y esta distraído. Se trata de los que la leemos habitualmente. Nosotros, también oímos la palabra de vida, la conocemos, y la admiramos, pero no la seguimos y todo nos ha de llevar al encuentro personal con Jesús, a la alegría del Evangelio, que necesitamos comunicar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario