5 de abril de 2015

UNA VENTANA ABIERTA. RESURRECCIÓN CON LA HERMANA CARMEN PÉREZ

Cristo Resucitado, Baza 2014. José Utrera
DE MANO EN MANO

Un cristiano sabe que la Muerte y Resurrección de Cristo son el corazón de nuestra fe. Pero claro lo importante, lo vital es vivirlo, tener y sentir esta certeza en la vida diaria.

Por eso nos dice el Papa Francisco: “Es la resurrección de Cristo la que nos abre a una esperanza más grande, porque abre nuestra vida y la vida del mundo al futuro eterno de Dios, a la felicidad plena, a la certeza de que el mal, el pecado, la muerte pueden ser vencidos. Y esto nos lleva a vivir con más confianza la realidad cotidiana, a afrontarla con coraje y compromiso. La resurrección de Cristo es nuestra fuerza.”


Es una afirmación genial la que hace Newman “en un mundo oscuro, la Verdad hace su camino yendo de mano en mano”. (John Henry Newman, presbítero anglicano
convertido al catolicismo en 1845, más tarde elevado a la dignidad de cardenal por el papa León XIII y beatificado en 2010 en una ceremonia que presidió el Papa Benedicto XVI en el Reino Unido).

En las naciones, en las pomposas declaraciones, en las propagandas parece que la “verdad” mantiene su puesto en altas esferas, como credo de los encuentros, de los parlamentos, de los programas políticos, pero el pueblo no sabemos en qué consiste, cómo llegó hasta allá arriba, cómo se mantiene. En el fondo desprecian la Verdad, no creen en ella, no tienen actitud de respeto ante la Verdad, y creen que es fácil desalojarla. Pero el Señor reina. Parecía que no había curso para ese hombre que había nacido en Galilea pero resucitó de entre los muertos. La fe cristiana pareció y parece acabarse pero vuelve otra vez a empezar. Su trono está firme desde antiguo. Es desde siempre. Los ríos levantan su voz, su fragor. Pero más que el estruendo de aguas caudalosas, más que las olas del mar, es poderoso el Señor en las alturas. Sus preceptos son firmes. Exige bondad, verdad por días sin término (Salmo 93).

Lo que desconcertó desde el principio, y aun desconcierta es el viento y el ímpetu de los mensajeros. Siglos y siglos después, los que creen en la resurrección hablan como si algo acabara de suceder. No son pesimistas. Siguen siendo tan llenos de esperanza y alegría como Francisco de Asís, el de las flores y los pájaros, el que ha conmovido en las diferentes épocas.

Los que realmente creen es como si fueran amigos y no hubiera distancia con los que han vivido en otras épocas. Por ejemplo entendemos clarísimo a un Ignacio de Antioquia que nació alrededor del año 40 después de Cristo y murió en el 113-114. Fue el tercer obispo de Antioquia, hoy se encuentra en Turquía. (Antioquia, donde por primera vez, los discípulos de Cristo recibieron el nombre de cristianos). Fue condenado por los romanos en tiempo del emperador Trajano. Este fue el emperador que mandó erigir en Roma la famosa columna que lleva su nombre y que todos los turistas visitan, cerca del Quirinal. Magnífica e impresionante columna de 38 metros de altura, si incluimos el pedestal sobre el que reposa, que conmemora sus victorias.

Pues, este Ignacio del que hablamos fue discípulo directo de los Apóstoles: la verdad de mano en mano, de corazón a corazón. Cuando este hombre fue llevado ante el emperador romano, se llamó a sí mismo Teóforo. El emperador preguntó al débil anciano por qué se llamaba así, Ignacio respondió que porque llevaba a Cristo en su pecho (teóforo, el que lleva a Dios). Trajano al principio respetó a los cristianos, pero por gratitud a sus dioses tras su victoria sobre los dacios y escitas, comenzó a perseguir a quienes no los adoraban. Hay una relación legendaria sobre el arresto de S. Ignacio y su entrevista personal con el emperador. Desde época muy remota nos llega el interrogatorio al que fue sometido y del que hablo. “¿Quién eres tú, que osas desobedecer mis órdenes?” “Téoforo, el que lleva a Cristo dentro de sí”. “¿Quiere eso decir que nosotros no llevamos dentro a los dioses que nos ayudan contra nuestros enemigos?” preguntó el emperador. “Te equivocas, hay un solo Dios que hizo el cielo y la tierra y todas las cosas; y un solo Jesucristo, en cuyo reino deseo ardientemente ser admitido”. “¿Te refieres al que fue crucificado bajo Poncio Pilato?” “Sí, a Aquél que con su muerte nos redimió”. “Entonces ¿tú llevas a Cristo dentro de ti” “Sí porque está escrito, viviré con ellos y caminaré con ellos”:

Así fueron los comienzos del cristianismo, “la verdad de mano en mano”. Como le llegó a Ignacio de Antioquia. Ignacio es uno entre muchos, lo mismo que S. Pedro, y fue llevado a la muerte como lo había sido S. Pablo. Pero, en su día, transmitió la Verdad y al final nosotros la recibimos de mano en mano. No hay testimonios para el mundo en general. Es necesario verlo de cerca, tan de cerca como para sentirse movidos por su modo de vida. En la medida en que se conoce a Jesús se ve la verdad. Y en un mundo oscuro, la Verdad hace su camino yendo de mano en mano.

No basta tener ojos y oídos para llegar a ser testigo de su resurrección. En sí mismo este hecho excede al conocimiento común de los hombres. Sin el hecho de la resurrección, el Evangelio no tiene sentido, y sus testigos y mensajeros no tendrían la fuerza que tienen. Un hecho impresionante es que algo tan sobrenatural se haya convertido en algo tan natural. Quiero decir, que algo tan único, imposible, visto desde fuera, pueda parecer real solo visto desde dentro. La mente del creyente no siente vértigo, es la de los no creyentes la que lo padece. Podemos verlos tambaleándose entre todo tipo de éticas y psicologías extravagantes, en una atmósfera de pesimismo y negación de la vida, de contradicciones y reduccionismos. Mientras tanto esta realidad de Cristo resucitado sigue siendo sólida y sana, y la verdad hace su camino yendo de mano en mano, y de corazón en corazón.

La alegría de saber que Jesús está vivo, la esperanza que llena el corazón se comunica. Esto debería suceder con toda sencillez en nuestra vida diaria: tener el coraje de llevar esta alegría y esta luz a todos los lugares y en todas las circunstancias. La certeza de la resurrección de Cristo es nuestra certeza más grande, es el tesoro más precioso. ¿Cómo no compartir este tesoro, esta certeza? nos pregunta el Papa Francisco.



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