No es fácil resumir 800 años de historia para
dar una visión amplia acerca de la figura
de nuestro Padre Domingo, pero voy a intentar sacar algunos rasgos, de
los que a mi personalmente -como estudiante dominico- me llaman la atención y
quiero entrelazarlos con las que primero me enseñaron a quererlo: " las
Madres Dominicas".
Cuando intentaba escribir no sabía muy bien
por dónde llevar el texto, pero sí me parecía importante ver qué ha pasado
después de esos 800 años, qué se puede decir de la figura del Santo, qué
retrato nos puede quedar de él con el devenir del tiempo. Para mí sigue muy
vivo lo que de él escribía Jordán de Sajonia "Su ecuanimidad era inalterable, a no ser cuando se turbaba por la
compasión o la misericordia hacia el prójimo. Y como el corazón alegre alegra
el semblante, la alegría y la benignidad de su rostro transparentaban la
placidez y el equilibrio del hombre interior. Y como la alegría brillase
siempre en su cara, fiel testimonio de su conciencia ... la luz del semblante
se proyectaba sobre la tierra."
Esta huella sigue viva, la alegría que muestra el rostro de las hermanas es un ejemplo, y esa luz del rostro la dan tras contemplar el rostro de Cristo, que es sin más lo que hacía Domingo, "llenarse de Dios, para así poder dárselo a los demás". Es la contemplación del misterio de Cristo, en esa oración personal y silenciosa que va tomando forma en lo escondido del corazón, la que sin duda se manifiesta al exterior con frutos, con la luz que irradia al rostro. Porque tras dejar a Dios que sea el protagonista en el corazón, sin duda se produce aquí una conversión. Es ver la mano providente de Dios que da luz al alma, luz al semblante y amor al corazón, para así llevarlo al prójimo.
Esta huella sigue viva, la alegría que muestra el rostro de las hermanas es un ejemplo, y esa luz del rostro la dan tras contemplar el rostro de Cristo, que es sin más lo que hacía Domingo, "llenarse de Dios, para así poder dárselo a los demás". Es la contemplación del misterio de Cristo, en esa oración personal y silenciosa que va tomando forma en lo escondido del corazón, la que sin duda se manifiesta al exterior con frutos, con la luz que irradia al rostro. Porque tras dejar a Dios que sea el protagonista en el corazón, sin duda se produce aquí una conversión. Es ver la mano providente de Dios que da luz al alma, luz al semblante y amor al corazón, para así llevarlo al prójimo.
"Solo hablaba
con Dios o de Dios". En el silencio, la oración, la contemplación, Domingo iba haciéndose
fraterno con el sufrimiento del prójimo, era capaz de ponerse en la piel del
que sufre, del que se va encontrando en la cuneta del camino, abatido por el
dolor. Oraba con intensidad por ellos, "hasta
las lágrimas, los gemidos y sollozos". Las hermanas saben llevar a la
práctica esta pincelada de la espiritualidad de Domingo, al orar pidiendo a
Dios la intercesión por toda la humanidad sufriente, en el silencio del
convento. Quieren ser ese cable que va oculto en la pared, que nadie lo ve,
pero que permite que cuando le das al interruptor haya luz; no es otra cosa la
oración que -tras el silencio- presentarle el dolor del mundo al Dios
misericordioso, para que se pueda derramar la luz de Dios sobre los hermanos
que sufren. Pues, de alguna forma, se deben unir las almas a Dios, porque la
Orden nace para la salvación de las almas, y la labor de las contemplativas es
presentar a Dios esas almas, "¡qué
será de los pobres pecadores!"
Una nota del carisma dominicano es la
devoción entrañable siempre al misterio de la Virgen, Madre de Dios y Madre de
misericordia. De aquí que la tengan como modelo ejemplar de vida, ya que María anima a meditar sobre el
misterio de la encarnación de Jesús, y nos invita a poner a su Hijo en el
centro de nuestras vidas; por ello, otros rasgos de la espiritualidad brotan de aquí, como puede ser
la acogida, la compasión o la fraternidad. "Consideraba
un deber suyo alegrarse con los que se alegran y llorar con los que lloran, y
llevado de su piedad, se dedicaba al cuidado de los más pobres y
desgraciados"
Fray Juan Manuel O.P
Desde Granada un fraternal abrazo a mis hermanas Dominicas de Baza, que Dios siga obrando en la Iglesia con sus sacrificios, oraciones y ejemplo de vida contemplativa. Fr. Francisco García, O.P.
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