Tenemos en castellano expresiones de lo más gráficas y transparentes. Esta expresión, de “lo que merece la pena”, recuerdo como la empecé a sentir, con toda la fuerza que tiene, leyendo a Ortega y Gasset.
Y la digo, ya siempre, con esa especie de conocimiento, de conocimiento interno de lo que supone: Me merece la pena, No me merece la pena. Ese sentido de la transparencia del lenguaje que tiene Ortega lleva a sopesar el valor de expresiones tan nítidas y claras como esta: lo que merece la pena. Esto merece la pena. Esto no merece la pena, pero no dicho de memoria, como un tópico más, sino sopesando el hecho, lo que se afirma o niega. Como si tuviéramos frente a nosotros, o dentro de nosotros, un espectacular y muy aparente surtido de cosas y tuviéramos que elegir entre lo que realmente nos importa, aquello en lo que “nos va la vida” que dice Teresa de Jesús, y lo que no es así.
Todo supone penas y esfuerzo, pero tenemos que elegir entre lo que merece la pena, merece el esfuerzo, merece el dolor, merece nuestro tiempo y lo que no lo merece. Hay cuestiones eternas, que siempre han merecido la pena, las que perduran, las que no desaparecen, las que son como nuestras compañeras de viaje queramos o no. Nos merece la pena lo que con toda seguridad perdura y nadie nos lo puede quitar. Merece la pena conocernos a nosotros mismos con conciencia, libertad, seguridad, conocer y comprender a los demás, abrirme a lo que es realmente vida y mi destino. Pues estoy convencida de que lo que más nos merece la pena a todos y a cada uno, es reconocer y vivir a la luz del hecho de la resurrección de Jesucristo con todas las consecuencias que implica.
Dios no es como lo presenta mi propio pensamiento, ni el de los demás si esta experiencia es incompatible con la realidad de la Resurrección. Dios es tal como lo revela la Resurrección. Y esto es lo que realmente me merece la pena en la vida creer, afirmar, reconocer y vivir. Esta realidad es mi verdadera compañera de viaje, querámoslo o no. Si tengo que desaprender todo lo que sobre Dios creo que he aprendido o negado, pues he de hacerlo. Y entonces estableceré nuevas relaciones con Él, porque Dios y el hombre es lo que realmente merece la pena.
No puedo disolver a Jesucristo convirtiéndole en un hombre sencillo, más o menos bueno y poderoso. La Resurrección nos revela todo lo que merece realmente la pena: quien es Dios y quien es el hombre. Dios se revela a sí mismo en esta Resurrección, en esta Ascensión, en esta presencia a la diestra del Padre. Y el hombre es el que se nos da a conocer en esta Redención. No es tal cual nos aparece superficialmente en el mundo, sin sopesar lo que realmente es su vida. Puede ser que hayamos de reformar nuestro conocimiento acerca del hombre, cambiando la dirección de nuestro pensamiento. La Revelación, y en este caso la Resurrección de Jesucristo, nos da a conocer que el hombre es diferente de lo que nos imaginábamos.
Tengo que aprender, dice Guardini, que Dios es muy diferente del “ser supremo” tal como lo concebimos “humanamente” y que el hombre es más que “el hombre natural” que conocemos y que la cumbre de su ser se eleva, por el contrario a regiones misteriosas, precisadas y determinadas por la Resurrección. Dios es el Creador y el Redentor. Ahí esta la Creación y ahí esta la Redención. Sólo la Resurrección de Cristo nos hace comprender en qué consisten la Creación y la Redención. La Resurrección nos revela la naturaleza de Dios, la nuestra propia, el pecado, el camino nuevo que se muestra a los hijos de Dios, la fuerza que se nos otorga para encaminarnos por él y perseverar, la expiación de nuestras faltas y errores, la superabundancia de amor y justicia que son su causa y consecuencia.
Y sobre todo que la Redención consiste en que la potencia creadora de Dios transforma nuestro ser por amor. Esto es realidad y no sólo idea, orientación de vida, disposición interior. La Redención es el Señor resucitado, Jesucristo resucitado. ¡Qué tremendo error y engaño decir que el cristianismo es hostil al cuerpo y a todo lo que el conlleva¡ Sólo el cristianismo se ha atrevido a colocar el cuerpo material, toda la creación, en las profundidades más recónditas de Dios. Sólo el cristianismo acaba con dualismos, panteísmos, materialismos, espiritualismos. La clarividencia de S. Pablo: el continuo anhelar de las criaturas ansía la manifestación de los hijos de Dios. La creación entera gime y siente dolores de parto, y no sólo ella, sino todos nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos suspirando por la adopción, por la redención de nuestro cuerpo. ¿Comprendemos lo que realmente merece la pena? La obra de Cristo como redención de nuestro cuerpo.
Y la digo, ya siempre, con esa especie de conocimiento, de conocimiento interno de lo que supone: Me merece la pena, No me merece la pena. Ese sentido de la transparencia del lenguaje que tiene Ortega lleva a sopesar el valor de expresiones tan nítidas y claras como esta: lo que merece la pena. Esto merece la pena. Esto no merece la pena, pero no dicho de memoria, como un tópico más, sino sopesando el hecho, lo que se afirma o niega. Como si tuviéramos frente a nosotros, o dentro de nosotros, un espectacular y muy aparente surtido de cosas y tuviéramos que elegir entre lo que realmente nos importa, aquello en lo que “nos va la vida” que dice Teresa de Jesús, y lo que no es así.
Todo supone penas y esfuerzo, pero tenemos que elegir entre lo que merece la pena, merece el esfuerzo, merece el dolor, merece nuestro tiempo y lo que no lo merece. Hay cuestiones eternas, que siempre han merecido la pena, las que perduran, las que no desaparecen, las que son como nuestras compañeras de viaje queramos o no. Nos merece la pena lo que con toda seguridad perdura y nadie nos lo puede quitar. Merece la pena conocernos a nosotros mismos con conciencia, libertad, seguridad, conocer y comprender a los demás, abrirme a lo que es realmente vida y mi destino. Pues estoy convencida de que lo que más nos merece la pena a todos y a cada uno, es reconocer y vivir a la luz del hecho de la resurrección de Jesucristo con todas las consecuencias que implica.
Dios no es como lo presenta mi propio pensamiento, ni el de los demás si esta experiencia es incompatible con la realidad de la Resurrección. Dios es tal como lo revela la Resurrección. Y esto es lo que realmente me merece la pena en la vida creer, afirmar, reconocer y vivir. Esta realidad es mi verdadera compañera de viaje, querámoslo o no. Si tengo que desaprender todo lo que sobre Dios creo que he aprendido o negado, pues he de hacerlo. Y entonces estableceré nuevas relaciones con Él, porque Dios y el hombre es lo que realmente merece la pena.
No puedo disolver a Jesucristo convirtiéndole en un hombre sencillo, más o menos bueno y poderoso. La Resurrección nos revela todo lo que merece realmente la pena: quien es Dios y quien es el hombre. Dios se revela a sí mismo en esta Resurrección, en esta Ascensión, en esta presencia a la diestra del Padre. Y el hombre es el que se nos da a conocer en esta Redención. No es tal cual nos aparece superficialmente en el mundo, sin sopesar lo que realmente es su vida. Puede ser que hayamos de reformar nuestro conocimiento acerca del hombre, cambiando la dirección de nuestro pensamiento. La Revelación, y en este caso la Resurrección de Jesucristo, nos da a conocer que el hombre es diferente de lo que nos imaginábamos.
Tengo que aprender, dice Guardini, que Dios es muy diferente del “ser supremo” tal como lo concebimos “humanamente” y que el hombre es más que “el hombre natural” que conocemos y que la cumbre de su ser se eleva, por el contrario a regiones misteriosas, precisadas y determinadas por la Resurrección. Dios es el Creador y el Redentor. Ahí esta la Creación y ahí esta la Redención. Sólo la Resurrección de Cristo nos hace comprender en qué consisten la Creación y la Redención. La Resurrección nos revela la naturaleza de Dios, la nuestra propia, el pecado, el camino nuevo que se muestra a los hijos de Dios, la fuerza que se nos otorga para encaminarnos por él y perseverar, la expiación de nuestras faltas y errores, la superabundancia de amor y justicia que son su causa y consecuencia.
Y sobre todo que la Redención consiste en que la potencia creadora de Dios transforma nuestro ser por amor. Esto es realidad y no sólo idea, orientación de vida, disposición interior. La Redención es el Señor resucitado, Jesucristo resucitado. ¡Qué tremendo error y engaño decir que el cristianismo es hostil al cuerpo y a todo lo que el conlleva¡ Sólo el cristianismo se ha atrevido a colocar el cuerpo material, toda la creación, en las profundidades más recónditas de Dios. Sólo el cristianismo acaba con dualismos, panteísmos, materialismos, espiritualismos. La clarividencia de S. Pablo: el continuo anhelar de las criaturas ansía la manifestación de los hijos de Dios. La creación entera gime y siente dolores de parto, y no sólo ella, sino todos nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos suspirando por la adopción, por la redención de nuestro cuerpo. ¿Comprendemos lo que realmente merece la pena? La obra de Cristo como redención de nuestro cuerpo.
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