Un momento crucial en la historia es lo que celebramos. La alegría de la Iglesia universal se siente en las canonizaciones de Juan XXIII y Juan Pablo II. La alegría de este acontecimiento me ha hecho recordar a un pensador francés, Maurice Blondel, profundamente convencido de que cada acto es un momento crucial de la historia.
En el mensaje remitido por Juan Pablo II, en 1992, a los asistentes a un Congreso que conmemoraba el centenario de la publicación de “L'Action”, obra clave en el pensamiento de Blondel, Juan Pablo II decía que en un mundo en que el relativismo y el cientifismo aumentaban, la tesis de Blondel era preciosa por su búsqueda de unificación del ser y por su preocupación por la paz intelectual. Su pensamiento es el razonamiento de un creyente dirigido a los no creyentes, el razonamiento de un filósofo sobre lo que supera la filosofía.
Blondel fue un pensador dolorosamente impresionado por la indiferencia religiosa de vastos sectores de la intelectualidad francesa, cuyo rigor científico y afán intelectual compartía, y con los que quiso entablar diálogos que llevaran a plantearse con hondura las cuestiones humanas y religiosas más serías: ¿Tiene la vida humana un sentido? ¿Sí o no? ¿Tiene el hombre un destino?. Interrogantes que ningún hombre puede evitar. Su experiencia era que cada acto, es un momento crucial de la historia universal.
Cada acto es un momento crucial de la historia universal porque es el momento crucial de cada ser humano. Estas dos canonizaciones tienen que ser gran horizonte, gran luz y gran estímulo en nuestra vida. Por nuestra acción tenemos la posibilidad de manifestar el amor y abrirnos a Dios. Toda la acción humana, en todas sus dimensiones, individual, social, moral, religiosa, es expresión de la conexión íntima de estos diferentes aspectos. Toda acción humana revela la vida del hombre y su profundo vínculo con el Creador. Bergsón afirmaba que la persona encuentra su perfección en la práctica de la religión revelada. Por la acción, Dios penetra en nosotros, por ejemplo, por la acción de los sacramentos se nos abre a lo infinito, se nos da lo infinito en nuestra finitud. No existe una medida común entre lo que proviene del hombre, a pesar de la grandeza de la acción humana, y lo que proviene de Dios.
Cada una de nuestras acciones son momentos cruciales de nuestra historia y de la historia universal.
El mundo es como nosotros lo hacemos. Es evidente que somos los seres humanos los que hacemos la historia. El destino del cristianismo depende de lo que nosotros queramos que sea. Cada uno de los cristianos, dijo su fundador, tiene que ser luz y sal de la tierra. El cristianismo lo hacemos presente los cristianos. Yo soy la vid y vosotros los sarmientos. El que permanece en Mí y yo en él, ese da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada nos sigue diciendo hoy que es momento crucial.
Hoy es una situación difícil la de los cristianos. Se interpreta el cristianismo de una manera que no se reconoce nada de él, los juicios destructivos y cicateros no tienen nada que ver con lo que realmente es su propuesta. Pero ¿y cuándo no ha ocurrido esto? Hoy es un momento crucial, ¿y cuando no? La fe cristiana ha pasado por una serie de revoluciones, ha parecido que moría muchas veces, y otras tantas, se ha alzado de nuevo, pues cuenta con un Dios que sale del sepulcro. La fe de los hombres parecía, y parece, que moría; otros decían, y dicen, que se hace vieja, pero es evidente que sobrevive a las persecuciones más salvajes y universales, a los ataques más furibundos y sectarios. Y más tarde o más temprano, éstos se vuelven como un boomerang contra los mismos que las lanzan.
La fe, como dice Chesterton, sobrevive a su propia debilidad y a su propia rendición. La fe hermana de manera que causa admiración y estupor la juventud y la vejez, la muerte y la resurrección. Día tras día, y año tras año, a pesar de que incluso muchos rebajan sus esperanzas y menguan sus convicciones, una y otra vez, el Señor guarda el buen vino para el final. No tengamos miedo, nos dice Jesús en su resurrección, Él está con nosotros. El problema es que nosotros estemos con Él. Es el único problema que tenemos cada uno de los cristianos.
Siempre estamos en un momento crucial. La vida de cada uno es el momento crucial. Ante estas dos canonizaciones también este es nuestro momento y nuestra historia. Este es el momento de vivir mi fe, mi esperanza y mi amor gracias a estos dos grandes testigos. Creo que nunca he dicho esa frase tan repetida “ahora más que nunca” porque la verdad es que siempre siento que el “ahora” en cada momento es el más que nunca. Porque “el aquí y el ahora” es el que configura mi vida.
El cristianismo evidentemente que es siempre el mismo, pero vivido por cada uno de los que quieren vivir de esta propuesta, y creen en esta propuesta. El cristianismo tiene que ser vivido en este momento preciso por cada uno de nosotros, sin rebajas de ninguna clase, ésta es su juventud y eternidad. Está bien escuchar las enseñanzas de la sociología y estar atentos a las grandes leyes de la evolución histórica, pero sólo a condición de ver su racionalidad y verdad. Lo contrario es caer en su trampa. Sin espejo no se puede ver el propio rostro. Sin enemigos, no se conocen los propios defectos (Nichiren, fundador de una rama del budismo). Bienvenidos los enemigos que nos ayudan en nuestros errores personales, cobardías, limitaciones y fallos.
Sólo con una gran incultura, y con una total ausencia de racionalidad, con ligereza y desconocimiento total se puede decir que el cristianismo no ha sido eficaz. Por el contrario es el protagonista de la más bella eficacia. Mantiene el amor, la humanización auténtica, el sentido de la vida y de la muerte, la nobleza y la justicia humana, la fe, la esperanza, la confianza, la misericordia, el perdón, la libertad y responsabilidad: ¿no es este el testimonio de la evangelización y de las vidas de Juan XXIII y Juan Pablo II. ¿Otras eficacias, tan ensalzadas, no consisten en una deshumanización?.
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