26 de febrero de 2018

UNA VENTANA ABIERTA.ENCONTRARME CONTIGO CON LA HNA. CARMEN PÉREZ STJ

¿Hay algo más grande en la vida humana que ante una amistad poder decir: encontrarme contigo ha sido un regalo de Dios?

Ya hace tiempo fui al entierro de una religiosa que había cumplido 103 años. En la Eucaristía que se celebró en la capilla del colegio, donde ella había vivido muchos años, se cantó esta canción: “encontrarme contigo Jesús de Nazaret ha sido la dicha más grande de mi vida”. Miré el féretro, miré a dos de mis compañeras y me vinieron los colegios en los que ella había vivido, y comprendí que realmente encontrarse con Jesús de Nazaret había sido la dicha más grande de su vida.

Y también, al sentirme entre mis compañeras de adolescencia y juventud, me vino a la mente y al corazón, mi vida. Iba por otros derroteros, precisamente esa religiosa me lo quiso hacer ver, y me encontré con Jesús de Nazaret. Es cierto lo que dice la canción: encontrarme contigo Jesús de Nazaret, con todas las dificultades, con todo el peso y carga de la vida, es la dicha más grande de mi vida. Ella, nuestra profesora ya siente en plenitud que “encontrarse con Jesús de Nazaret ha sido la dicha más grande de su vida”. Yo tengo que cambiar el tiempo del verbo y decir “es” la dicha más grande de mi vida. Y en este “es” está el “quid”, esta la esencia, el punto más importante el “por qué” de mi vida, mi fidelidad, mi conversión diaria.

Y pienso esto por el tiempo que estamos viviendo: la cuaresma. Un tiempo maravilloso para meterse más y más en lo que es la conversión. En lo que la conversión es realmente en nuestra vida. La conversión es mucho más que un comienzo y un término. Siempre estamos necesitados de conversión. Eso es lo que supone el encuentro con Jesús de Nazaret convertirnos en cada situación a El, a la verdad, al bien, en la vocación concreta que cada uno vivamos. Experimentar su misericordia en todas nuestras caídas, en todos nuestros errores, en todas nuestras dificultades, Por eso hay un sacramento, una señal tangible para vivir: sacramento de la Conversión, de la Reconciliación, del Perdón, de la Confesión, de la Penitencia. Todo es lo mismo. La conversión es una “tarea” ininterrumpida para todos los que formamos la gran familia de la Iglesia.

Conversión es creer y vivir del amor misericordioso de nuestro Padre Dios. Vivir como vive un hijo la relación con su Padre. Nuestra conversión consiste en creer realmente en cada momento de la vida en Jesús de Nazaret. Como dice Benedicto XVI vivir confiados en la potencia de su perdón dejándonos tomar de la mano, para salir de las arenas movedizas del orgullo, de la mentira, de la tristeza, del egoísmo y de toda falsa seguridad, y así conocer y vivir la riqueza de su amor. Saber que encontrarnos con Él es la dicha más grande de la vida. Pensemos en la experiencia de los que han vivido este encuentro, por ejemplo S. Pablo, comprendió que su paz, su dicha, su felicidad, su salvación, no dependía de obras buenas realizadas según la ley, sino del hecho de su encuentro con Jesús de Nazaret que murió y resucitó por El.

¿Qué significa la conversión? le preguntaba el escritor alemán Peter Seewald al Papa Benedicto XVI. La pregunta se la hacía en uno de esos libros-entrevista tan conocidos, este concretamente se llama Luz del mundo y en el capítulo llamado Tiempo de conversión. EL Papa analiza que existe una necesidad de sanación, cada uno ha de mirar constantemente su propia necesidad de sanación. Si Dios está ausente la sociedad se enferma, el hombre se enferma. Pero no puede haber cambio sin una conversión interior. ¿Qué significa eso, en concreto?, pregunta el periodista. “Esta conversión supone que se coloque nuevamente a Dios en primer término. Entonces, todo cambia. Y que se pregunte por las palabras de Dios para dejar que ellas iluminen, como realidades, el interior de la propia vida. Por así decirlo, debemos arriesgarnos nuevamente a hacer el experimento con Dios a fin de dejarlo actuar en nuestra sociedad”

Vuelvo al comienzo, a la canción del comienzo: encontrarse contigo Jesús de Nazaret ha sido la dicha más grande de mi vida. Una mujer de 103 años que en plena Eucaristía, desde su féretro, se lo decía a tres alumnas suyas, dos desde su vocación al matrimonio y otra desde su vocación religiosa en la educación y enseñanza. Y además se leyó Morir…una poesía de Martín Descalzo, no la voy a leer ahora solo el eco de lo que sentíamos: morir no es cerrar los ojos, no es cruzar las manos, no es detener los pies porque se acabó el camino, no es callar la voz, no es sufrir la última desilusión porque todo se acaba. Es vivir la última esperanza porque todo empieza, es comenzar a vivir de otra manera.

El maravilloso himno a la caridad nos expresa la trascendencia del amor solo posible por Cristo. .”El amor no pasa nunca. Las profecías, por el contrario, se acabarán, las lenguas cesarán, el conocimiento se acabará. Porque conocemos imperfectamente e imperfectamente profetizamos, más cuando venga lo perfecto, lo imperfecto se acabará”. ¿Cómo no vamos a desear la conversión, cómo no vamos a entrar en el camino de la conversión? Encontrarse contigo Jesús de Nazaret es la dicha más grande de nuestra vida. Y cuando acaben nuestros días en este “aquí y ahora” que vivimos, podremos decir a los que recen por nosotros porque ya habremos entrado en al vida eterna: encontrarme con Jesús de Nazaret ha sido la dicha más grande de mi vida, y ahora es mi dicha para toda la eternidad.

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