17 de diciembre de 2017

UNA VENTANA ABIERTA. EL ADVIENTO NOS LLENA DE CONFIANZA. CON LA HNA CARMEN PÉREZ STJ

Una palabra para definir el adviento: la esperanza. La esperanza fiable. Después ¿qué será este niño? La intervención de Dios siempre a través de lo humano, sea en el caso de Isaías o de Juan Bautista y en el nuestro. Y la invitación a la alegría: estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión. Es nuestra gran fuerza en la vida dejarnos inundar por la palabra de Dios. Sea en el caminar del Antiguo Testamento, en los sentimientos de los salmos, y ya en la plenitud del Nuevo Testamento.

Y hoy, en este recorrido, ha llegado el momento de la confianza. La tierra firme para caminar como el niño de la mano de sus padres: yo te saqué de los apriscos. He estado a tu lado donde quiera que has ido…Tu eres mi Padre, mi Dios, mi Roca salvadora. Y en el Evangelio de Lucas se nos presenta el Sí lleno de confianza de María. He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. Un sí que no excluye el sufrimiento pero desde luego excluye totalmente el miedo.


¿Hemos experimentado alguna vez en nuestra vida la necesidad que tenemos de la confianza, que ha llegado el momento de la confianza? Arranquemos de la experiencia. Es distinto el miedo del sufrimiento. El miedo es ese temor que daña, esa perturbación angustiosa de nuestro ánimo por un riesgo, por un daño, por algo negro y brumoso. Es esa aprensión de lo que puede suceder que nubla nuestro corazón, nuestras facultades. El miedo no tiene límites, es provocado por la percepción de un peligro real, supuesto, presente, futuro, incluso pasado. El miedo está relacionado con la ansiedad. Es como si todas nuestras ansias de libertad, de seguridad, de paz, todos nuestros anhelos se encajonaran en un túnel angosto, estrecho, sin horizonte.

Pero el sufrimiento no implica nada de esto. Hablamos de sufrimiento y pensamos en la conformidad, en la reacción, en la respuesta de la persona al dolor, en la paciencia. Podemos sentir desde aquí que el amor es paciente. Es lo primero que dice S. Pablo en su conocido himno a la caridad: el amor es paciente. Seguro que muchos pensamos en la ayuda tan enorme que puede sernos la Carta de Juan Pablo II sobre el dolor. Es tan profundo el sufrimiento como el hombre, precisamente porque manifiesta a su manera nuestra profundidad y de algún modo la supera. Parece pertenecer a nuestra trascendencia. Es uno de esos puntos en los que estamos en cierto modo destinados a superarnos a nosotros mismos y de manera misteriosa llamados a hacerlo. El sufrimiento habla de nuestro interior, parece casi inefable e intransferible. Desde luego que exige que nos hagamos preguntas de fondo y busquemos respuestas. Vivir implica sufrir. Ningún ser humano se escapa de esta experiencia.

Pero sólo quiero contraponer la diferencia entre el miedo y el sufrimiento, y acudo al análisis personal e íntimo de cada uno de nosotros. Lo diferentes que somos cuando el miedo nos invade, porque nos invade la inseguridad, la desconfianza, la angustia, el temor de todo lo más sombrío, a cuando sufrimos. El sufrimiento es concreto, no invade. Y una realidad lo expresa: el sufrimiento ha de estar lleno de confianza, de una esperanza firme, de una seguridad a pesar de todo. La urdimbre del sufrimiento ha de ser la confianza. En el sufrimiento podemos experimentar: ha llegado el momento de la confianza. Ha llegado el momento de tener capacidad para recibir la misericordia de Dios, de cogerse a la mano del Padre, capacidad para recibir porque si no ni la omnipotencia de Dios puede dárnoslo, nos hizo libres. Es el miedo el que destruye nuestra capacidad.

Confianza es saber que cuando nos volvemos a Dios no nos encontramos con la puerta cerrada, con “aquella puerta del cerrojo echado” que dice Lewis. Jesucristo nos dice que llamemos y se nos abrirá, que la puerta se nos abrirá. Lewis no recibió respuesta a todas sus preguntas pero recibió una forma especial de decir: no hay contestación. Era más bien una mirada llena de amor del Padre: cállate hijo, que no entiendes. Claro que el sufrimiento no es bueno en sí, es buena la confianza en Dios, el ver por encima de todo la voluntad de un Padre que nos ama y nos mira. Es bueno el sufrimiento redentor, el sufrimiento que vivido con confianza nos mejora, que nos hace mas humanos, más cercanos, más sencillos. Este sufrimiento está reconciliado con la fe, con la esperanza, en una palabra con la confianza.

El adviento viene a llenarnos de confianza. A sentir el Si de María lleno de confianza ante la tremenda, extrañísima, misteriosa propuesta de Dios. A sentir el hágase en mí según tu palabra, en nuestra carne y en nuestra sangre, en nuestro corazón y en nuestra razón. Como después lo hizo el hijo que nació de su seno: Padre, pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya.

Sólo es una propuesta concreta: en situaciones duras, difíciles sintamos la diferencia abismal que puede haber entre el miedo y el sufrimiento. Angustia, desconfianza, o redención, confianza. No se puede caminar sin confianza, es el fundamento de la vida y de toda relación humana. ¿Cómo no va a ser el fundamento de nuestra relación con el Padre Dios? Porque Dios nos ama, inicia lo que Chestertón ha llamado la historia más extraña de la humanidad: el misterioso creador del mundo nace como un niño. Y desde entonces se divide la historia entre los que confían y los que no, y claro tienen miedo

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