UNA VENTANA ABIERTA. LA FUERZA DE UNA BUENA CARICATURA: RECONOCER CON TODA VERACIDAD
Me ha hecho mucho bien, de manera concreta y práctica para mi vida diaria, lo que decía Santa Teresa de Lisieux de que la cosa más grande que el Señor le había hecho era “haberle mostrado su pequeñez y su ineptitud”. Todos los santos han sentido, cada uno a su manera, la necesidad del reconocimiento propio, de la modestia y la humildad, y de sentirse ante la mirada misericordiosa de Dios.
Por una realidad muy gráfica que me pasa en mi propia vida personal, he recordado una expresión que nos decía un profesor. Nos lo decía con un convencimiento y una gracia que nos tocaba hasta dentro: Señores, aprendan a reírse de si mismos. Esta risa tiene la fuerza de una buena caricatura. Y es lo más sano y lo que más nos ayuda a reconocernos con toda veracidad. Señores, nos decía, cuando lo sepan hacer, se van a quitar un peso de encima y van a descansar. Una carcajada, provocada por nuestro propio reconocimiento, es la mejor solución a problemas y dificultades personales, ocasionadas por nuestra manera de ser. Todos tenemos un punto de ridículo.
La caricatura ha sido siempre ese tipo de representación que exagera o distorsiona la apariencia física para crear un parecido fácilmente identificable y generalmente humorístico. Siempre transmite un mensaje. La caricatura, la broma amable, decía Azorín, es sumamente importante en la historia del desenvolvimiento humano. Haciendo la historia de la ironía y del humor, tendríamos hecha la historia de la sensibilidad humana y consiguientemente la del progreso, la de la civilización. Todos sabemos la cantidad de información que estas, que pueden parecer humildes obras, pueden proporcionarnos.
Una caricatura, por ejemplo, como eran las del genial Mingote, con las que muchos hemos mirado tantas veces la realidad de los hechos, de los problemas, de las personas, sus cualidades y nobleza, sus errores. Ya sabemos por lo tanto en qué sentido hablamos de la caricatura que hemos de hacer de nosotros mismos: ese dibujo satírico que nos deforma. Ese ridiculizar y tomar a broma la situación, el hecho, la acción. Agrandar nuestra propia situación, nuestro propio error o manera de ser, y ver, por nosotros mismos, lo equivocado de nuestra conducta. Eso sí, somos los iniciadores y responsables de este reírnos de nosotros, de esta caricatura nuestra hecha por nosotros mismos. Sencillamente reírnos de nosotros mismos y, como nos decía nuestro profesor, eso nos lleva a reconocer con toda veracidad nuestra manera de actuar. Y será la mejor manera de cambiar, de experimentar lo que libera, el juicio responsable sobre uno mismo.
Reconocernos con toda veracidad y con sentido del humor en las situaciones concretas que parecen dolernos o perjudicarnos era la gran propuesta de mi querido y admirado profesor. Con toda veracidad, porque una de las causas de la inseguridad, de la ausencia de autoestima, es la mentira para con uno mismo, el desconocimiento de nuestros problemas personales. El culpabilizar de todo a los demás, y a lo que nos ocurre, es un síntoma clarísimo de desconocimiento de la propia identidad, de las propias posibilidades. Toda persona tiene ante sí una serie de posibilidades, y su grandeza está en la puesta en marcha de estas posibilidades, sin envidiar, ni sentir resentimiento por lo sucedido o vivido. Una de las raíces de la ausencia del “buen humor”, por no decir de la presencia del mal humor, es precisamente el desconocimiento de uno mismo, nuestra no aceptación y valoración con toda veracidad y comprensión. ¿Por qué ocultarnos a nosotros mismos lo que a veces miramos de reojo en nosotros, y nos molesta como nos lo juzgan los demás? ¿No son situaciones manifiestas que parecemos ignorar?
Todo está relacionado con la identidad de la persona y este es el motor de nuestras actividades diarias: nuestro propio sentido del humor. Cada uno necesita tener conciencia de su propio rendimiento, de su propia manera de estar en la vida ¿No nos tomaremos a nosotros mismos tan en serio que rayemos en el ridículo? Podemos pensar en los aspectos absurdos que tienen algunos de los que conocemos y como cambiarían y serían unas excelentes personas, si ellos mismos se los reconocieran y se “rieran de sí mismos”, con esta limpia caricatura, llena de confianza, que les redimiría. Vemos la paja en lo ojo ajeno y no la viga en el nuestro, que nos dice el Señor. El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca lo bueno, y el malo, saca lo malo. Porque de lo que rebosa el corazón habla la boca.
Hay que dar el primer paso. Si descubrimos nuestros propios absurdos, los caricaturizamos, nos reímos de nosotros mismos, este despertar interior será de lo más fecundo y liberador. Porque sólo la verdad nos hace libres. Probémoslo en situaciones concretas. Lo que decía mi profesor: señores, aprendan a reírse de si mismos. Esta risa tiene la fuerza de una buena caricatura. Y la fuerza de una buena caricatura nos lleva a reconocer con veracidad.
En nuestra vida siempre ha de estar en pie que la verdad es la base de todo, de la relación con nosotros mismos, con los demás, y sobre todo con Dios, mejor dicho de Dios con nosotros. En este reírnos de nosotros mismos pongámonos ante la mirada de nuestro Padre Dios, y de Jesucristo diciéndonos: Él me sabe, me ama y sólo la verdad me hace libre. El reconocimiento de mi incapacidad no ha de ser motivo de miedo, inquietud, tristeza, sino de paz y alegría por sentirme en manos de Dios. Cuanto más viva sea mi relación y dependencia de Él, mejor y más alegre será mi camino.
Me ha hecho mucho bien, de manera concreta y práctica para mi vida diaria, lo que decía Santa Teresa de Lisieux de que la cosa más grande que el Señor le había hecho era “haberle mostrado su pequeñez y su ineptitud”. Todos los santos han sentido, cada uno a su manera, la necesidad del reconocimiento propio, de la modestia y la humildad, y de sentirse ante la mirada misericordiosa de Dios.
Por una realidad muy gráfica que me pasa en mi propia vida personal, he recordado una expresión que nos decía un profesor. Nos lo decía con un convencimiento y una gracia que nos tocaba hasta dentro: Señores, aprendan a reírse de si mismos. Esta risa tiene la fuerza de una buena caricatura. Y es lo más sano y lo que más nos ayuda a reconocernos con toda veracidad. Señores, nos decía, cuando lo sepan hacer, se van a quitar un peso de encima y van a descansar. Una carcajada, provocada por nuestro propio reconocimiento, es la mejor solución a problemas y dificultades personales, ocasionadas por nuestra manera de ser. Todos tenemos un punto de ridículo.
La caricatura ha sido siempre ese tipo de representación que exagera o distorsiona la apariencia física para crear un parecido fácilmente identificable y generalmente humorístico. Siempre transmite un mensaje. La caricatura, la broma amable, decía Azorín, es sumamente importante en la historia del desenvolvimiento humano. Haciendo la historia de la ironía y del humor, tendríamos hecha la historia de la sensibilidad humana y consiguientemente la del progreso, la de la civilización. Todos sabemos la cantidad de información que estas, que pueden parecer humildes obras, pueden proporcionarnos.
Una caricatura, por ejemplo, como eran las del genial Mingote, con las que muchos hemos mirado tantas veces la realidad de los hechos, de los problemas, de las personas, sus cualidades y nobleza, sus errores. Ya sabemos por lo tanto en qué sentido hablamos de la caricatura que hemos de hacer de nosotros mismos: ese dibujo satírico que nos deforma. Ese ridiculizar y tomar a broma la situación, el hecho, la acción. Agrandar nuestra propia situación, nuestro propio error o manera de ser, y ver, por nosotros mismos, lo equivocado de nuestra conducta. Eso sí, somos los iniciadores y responsables de este reírnos de nosotros, de esta caricatura nuestra hecha por nosotros mismos. Sencillamente reírnos de nosotros mismos y, como nos decía nuestro profesor, eso nos lleva a reconocer con toda veracidad nuestra manera de actuar. Y será la mejor manera de cambiar, de experimentar lo que libera, el juicio responsable sobre uno mismo.
Reconocernos con toda veracidad y con sentido del humor en las situaciones concretas que parecen dolernos o perjudicarnos era la gran propuesta de mi querido y admirado profesor. Con toda veracidad, porque una de las causas de la inseguridad, de la ausencia de autoestima, es la mentira para con uno mismo, el desconocimiento de nuestros problemas personales. El culpabilizar de todo a los demás, y a lo que nos ocurre, es un síntoma clarísimo de desconocimiento de la propia identidad, de las propias posibilidades. Toda persona tiene ante sí una serie de posibilidades, y su grandeza está en la puesta en marcha de estas posibilidades, sin envidiar, ni sentir resentimiento por lo sucedido o vivido. Una de las raíces de la ausencia del “buen humor”, por no decir de la presencia del mal humor, es precisamente el desconocimiento de uno mismo, nuestra no aceptación y valoración con toda veracidad y comprensión. ¿Por qué ocultarnos a nosotros mismos lo que a veces miramos de reojo en nosotros, y nos molesta como nos lo juzgan los demás? ¿No son situaciones manifiestas que parecemos ignorar?
Todo está relacionado con la identidad de la persona y este es el motor de nuestras actividades diarias: nuestro propio sentido del humor. Cada uno necesita tener conciencia de su propio rendimiento, de su propia manera de estar en la vida ¿No nos tomaremos a nosotros mismos tan en serio que rayemos en el ridículo? Podemos pensar en los aspectos absurdos que tienen algunos de los que conocemos y como cambiarían y serían unas excelentes personas, si ellos mismos se los reconocieran y se “rieran de sí mismos”, con esta limpia caricatura, llena de confianza, que les redimiría. Vemos la paja en lo ojo ajeno y no la viga en el nuestro, que nos dice el Señor. El hombre bueno, del buen tesoro del corazón saca lo bueno, y el malo, saca lo malo. Porque de lo que rebosa el corazón habla la boca.
Hay que dar el primer paso. Si descubrimos nuestros propios absurdos, los caricaturizamos, nos reímos de nosotros mismos, este despertar interior será de lo más fecundo y liberador. Porque sólo la verdad nos hace libres. Probémoslo en situaciones concretas. Lo que decía mi profesor: señores, aprendan a reírse de si mismos. Esta risa tiene la fuerza de una buena caricatura. Y la fuerza de una buena caricatura nos lleva a reconocer con veracidad.
En nuestra vida siempre ha de estar en pie que la verdad es la base de todo, de la relación con nosotros mismos, con los demás, y sobre todo con Dios, mejor dicho de Dios con nosotros. En este reírnos de nosotros mismos pongámonos ante la mirada de nuestro Padre Dios, y de Jesucristo diciéndonos: Él me sabe, me ama y sólo la verdad me hace libre. El reconocimiento de mi incapacidad no ha de ser motivo de miedo, inquietud, tristeza, sino de paz y alegría por sentirme en manos de Dios. Cuanto más viva sea mi relación y dependencia de Él, mejor y más alegre será mi camino.
Gracias, Hermana Carmen por estas pinceladas. Soy un seguidor suyo en Radio María y es para mí una alegría encontrar aquí sus textos. Un saludo desde Madrid.
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