1 de octubre de 2014

HOY, FIESTA DE SANTA TERESITA DEL NIÑO JESUS, PATRONA DE LOS ENFERMOS, DE LAS MISIONES Y DOCTORA DE LA IGLESIA

El Papa Benedicto XVI explicaba -en la audiencia general del 6 de abril de 2011- que tras llevar una vida muy sencilla y oculta, Santa Teresita se convirtió en una de las santas más conocidas y amadas.

Teresita -dice Benedicto- no ha dejado de ayudar a las almas más sencillas, a los pequeños, a los pobres, a los que sufren, a los que la invocan, y también ha iluminado a toda la Iglesia con su profunda doctrina espiritual, hasta el punto de que el venerable Juan Pablo II, en 1997, quiso darle el título de doctora de la Iglesia.

¿Cuál es ese Amor que colmó toda la vida de Teresa, desde su infancia hasta su muerte? -pregunta Benedicto- Queridos amigos, este Amor tiene un rostro, tiene un nombre: ¡es Jesús! La santa habla continuamente de Jesús.

Teresa nació el 2 de enero de 1873 en Alençon, una ciudad de Normandía, en Francia. Era la última hija de Luis y Celia Martin, esposos y padres ejemplares, beatificados juntos el 19 de octubre de 2008. (…) Tras la muerte de Celia, Luis, junto con las hijas, se trasladó a la ciudad de Lisieux, donde se desarrollaría toda la vida de la santa. Más tarde Teresa, atacada por una grave enfermedad nerviosa, se curó por una gracia divina, que ella misma definió como “la sonrisa de la Virgen.” Recibió la primera Comunión, vivida intensamente, y puso a Jesús Eucaristía en el centro de su existencia.

En noviembre de 1887, Teresa va en peregrinación a Roma junto a su padre y su hermana Celina. Para ella, el momento culminante es la audiencia del Papa León XIII, al que pide permiso de entrar, con apenas 15 años, en el Carmelo de Lisieux. Un año después, su deseo se realiza: se hace carmelita, “para salvar las almas y rezar por los sacerdotes.”

Al mismo tiempo, comienza la dolorosa y humillante enfermedad mental de su padre. Es un gran sufrimiento que conduce a Teresa a la contemplación del rostro de Jesús en su Pasión. De esta manera, su nombre de religiosa —sor Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz— expresa el programa de toda su vida, en la comunión con los misterios centrales de la Encarnación y la Redención.

El día de su profesión religiosa pide a Jesús el don de su Amor infinito, el don de ser la más pequeña, y sobre todo pide la salvación de todos los hombres: «Que hoy no se condene ni una sola alma»

En 1896 se abre el último período de la vida de Teresa, con el inicio de su pasión en profunda unión a la Pasión de Jesús; se trata de la pasión del cuerpo, con la enfermedad que la llevaría a la muerte en medio de grandes sufrimientos, pero sobre todo se trata de la pasión del alma, con una dolorosísima prueba de la fe.

Ella es consciente de vivir esta gran prueba por la salvación de todos los ateos del mundo moderno, a los que llama “hermanos” (…) Su caridad amable y sonriente es la expresión de la alegría profunda cuyo secreto nos revela: “Jesús, mi alegría es amarte a ti.” En este contexto de sufrimiento, viviendo el amor más grande en las cosas más pequeñas de la vida diaria, la santa realiza en plenitud su vocación de ser el Amor en el corazón de la Iglesia.

Teresa muere la noche del 30 de septiembre de 1897, pronunciando las sencillas palabras: «¡Dios mío, os amo!», mirando el crucifijo que apretaba entre sus manos. Estas últimas palabras de la santa son la clave de toda su doctrina.

También nosotros, con santa Teresa del Niño Jesús, deberíamos poder repetir cada día al Señor, que queremos vivir de amor a él y a los demás, aprender en la escuela de los santos a amar de una forma auténtica y total. Teresa es uno de los «pequeños» del Evangelio que se dejan llevar por Dios a las profundidades de su Misterio. Una guía para todos

En el Evangelio Teresa descubre sobre todo la misericordia de Jesús, hasta el punto de afirmar: "A mí me ha dado su misericordia infinita, y a través de ella contemplo y adoro las demás perfecciones divinas (...). Entonces todas se me presentan radiantes de amor".

"Confianza y amor” son, por tanto, el punto final del relato de su vida, dos palabras que, como faros, iluminaron todo su camino de santidad para poder guiar a los demás por su mismo “caminito de confianza y de amor,” de la infancia espiritual. Confianza como la del niño que se abandona en las manos de Dios».

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