22 de septiembre de 2014

“No se debe hablar jamás de Dios de memoria, no se debe hablar jamás de Él como de un ausente”. Con la Hna. Carmen Perez STJ

EL DIOS DE CADA DÍA. DIOS ES EL ETERNO PRESENTE. NO DE SE DEBE JAMÁS HABLAR DE DIOS DE MEMORIA…

“No se debe hablar jamás de Dios de memoria, no se debe hablar jamás de Él como de un ausente” dice Marice Blondel.

Esta afirmación tan rotunda y clara ha brotado de la experiencia hecha convicción de un pensador francés que murió en 1941. Las coordenadas de su obra hay que buscarlas en su vivencia religiosa. Le impresionaba la indiferencia religiosa de sectores muy concretos de la intelectualidad francesa. Y sin embargo compartía con muchos de ellos el afán de rigor intelectual y científico. Siempre estaba dispuesto a entablar un diálogo serio y profundo que llevara a plantearse con hondura las cuestiones religiosas. “No se debe hablar jamás de Dios de memoria, no se debe hablar jamás de Él como de un ausente”.

Sus obras surgen por dos inquietudes la del cristiano y la del filósofo que en él se funden. Como cristiano, cree que el hombre está ordenado al fin sobrenatural de la adopción divina en Cristo. Este es nuestro destino y el sentido de nuestra vida: ser hijos de Dios por medio de Jesucristo. ¡Si lo creyéramos realmente y lo viviéramos¡. “Por Cristo, con Cristo y en Cristo” que podemos decir y sentir cada día en la Eucaristía con todo nuestro ser. Como filósofo, piensa que la sola razón, si bien no puede hacer esta afirmación de fe, no puede tampoco desinteresarse del destino humano, y la razón humana tiene fuerza suficiente para desvelar, en la misma descripción del actuar del hombre, las implicaciones necesarias que permitan discernir su dirección y el vacío ineludible que sólo un don anhelado, pero gratuito, puede colmar: nuestra plenitud eterna en Dios por medio de Jesucristo.

No podemos ponernos frente a Dios, ni hablar de Él como algo ajeno a nosotros de lo que se puede juzgar o de Quien se puede prescindir. No es un añadido en la vida humana, en la creación, en todo lo que existe y puede ser. No existe todo lo que existe y además Dios. Cantidad de veces siento que se niega a un Dios que ni merece la pena ser negado, o se habla de Él como de Alguien o Algo que puede ser analizado, criticado, sojuzgado. Vamos, que se hace con Dios lo que no puede hacerse con ninguna persona: “mirarle por encima del hombro” o “someterlo a mis medidas e imaginaciones” que decía un alumno mío.

Precisamente Blondel criticaba todas estas posturas. Él quería que cada persona hiciera su propio camino en el que nunca la fe estuviera separada de la vida. Por eso ve la necesidad de la valoración de los hechos históricos. Es impresionante este hombre que a sus 73 años, con una salud precaria, una ceguera casi completa, a la que se añade la sordera, vive con un espíritu intensamente joven. Y sigue convencido, y así lo vive, de que no se debe hablar jamás de Dios de memoria, no se debe hablar jamás de Él como de un ausente. Y en este contexto su gran pregunta para afrontar el más profundo, personal y universal de los problemas: “¿Sí o no, la vida humana tiene un sentido y el hombre un destino?”.

Yo no pretendo ningún análisis crítico de este o de otro autor. Yo quiero abrirme, enterarme, caer en la cuenta de lo que es y puede ser mi vida diaria, de lo que es la realidad. Y cuando me encuentro con una afirmación rotunda, que brota de la experiencia, me conmueve: no debo hablar jamás de Dios de memoria, no debo hablar de Él como de un ausente. Y realmente mi vida tiene un sentido y yo tengo un destino, pase lo que pase y sean las circunstancias que sean. No se trata de hablar de Dios, sino de hablar con Dios, de hablar desde Dios, de hablar en Dios, de vivir en Él. En Dios vivimos, nos movemos y existimos. Porque si realmente Dios es, no puede ser de otra manera. Esta es nuestra gran tragedia hacer de Dios el gran Ausente, cuando es imposible porque siempre es el PRESENTE, y es el Pasado en Quien siempre hemos estado, y es nuestro Futuro. Dice Jacques Philippe, en un libro que llevo meses con él, “La libertad interior”, que con el estilo de vida que llevamos no es de extrañar que nos hundamos, los pesares de ayer y las inquietudes del mañana nos angustian. Para que la vida se nos haga soportable, es fundamental ejercitarse en no cargar más que con las dificultades de hoy, ante la mirada y el amor de Dios, entregando el pasado a la Misericordia divina y el futuro a la Providencia.

¡Cómo necesitamos de la experiencia agustiniana: buscaba a Dios en todas partes y le vine a encontrar dentro de mí¡ Sólo así lo podemos ver en todo, de la misma manera que no somos capaces de pensar en nada del mundo sin nosotros mismos. Realmente no puede pensarse en nada sin Dios. Como no puede pensarse en la mentira sin la verdad, en el absurdo sin el sentido, en el mal sin el bien, en la fealdad sin la belleza.

Dice Pascal que Dios nos ha dado evidencia suficientemente clara para convencer con nuestra experiencia a aquellos que viven con un corazón abierto, pero suficientemente vaga de modo que no obligue a aquellos cuyos corazones están cerrados. Por eso no se debe hablar jamás de Dios de memoria, ni hablar de Él como de un ausente. El hablar así de Dios es algo absolutamente superficial. La fe puede tender a cero, sin siquiera verse sacudida por la duda, al vaciarse, al exteriorizarse. Hay que llegar a descubrir que Dios no es tanto la causa de la obligación moral o la sanción del deber, cuanto es la sustancia misma de lo que es bueno, del amor, de la alegría, de la paz, de la justicia.. Entonces lo que suele llamarse la “prueba moral” nos conduce de un salto hasta el verdadero Dios, que se revela como el Dios de la caridad. Le debemos a Dios el libre don de nosotros mismos, le debemos una conformidad íntima, el amor, que sólo se justifica y se hace posible si Dios es Amor y nos ha amado el primero. Este es el corazón del mensaje cristiano: la comunicación del amor de Dios a cada uno de nosotros. No, no podemos, no se puede hablar jamás hablar de Dios de memoria, no se debe jamás hablar de Él como de un ausente. “Por Cristo, con Cristo, en Cristo”, esta es nuestra vida.





¿Qué sentido tiene hablar de Dios de memoria si el “ahora” es el de la presencia de Dios? “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.

“Dios es el eterno presente. Tenemos que convencernos de que cada instante, sea cual sea su contenido, está lleno de la presencia de Dios y supone la comunión con Dios. Nuestra relación con Dios no se establece en el pasado ni en el futuro, sino mediante la aceptación de cada instante como el lugar de su presencia, el medio en el que se da a nosotros”, nos dice Jacques Philipe en el libro que comentaba al principio “La libertad interior”.

Tiene un capítulo, en el que me centro, “El instante presente”, que nos puede ayudar mucho. Hoy me decido a creer, hoy me decido a poner mi confianza en Dios, hoy elijo amar a Dios y al prójimo. Deberíamos aprender a vivir cada momento, suceda lo que suceda, como plenitud de nuestra vida, porque en él está Dios. ¿No es esta la manera real de sentir y vivir la Presencia, la mirada de Dios, su Espíritu, el Espíritu de Jesucristo? ¿Cómo vivió Jesús de Nazaret su “instante”? “Instante” es lo que me urge, lo que me llama. Lo realmente importante es el peldaño que “subo ahora mismo”, como siente S. Juan XXIII en el conocido decálogo de la serenidad que ya he comentado con Vds. Por la fe y la esperanza cristiana, el “instante presente” se pone ante nosotros como un tesoro de gracia y de inmenso consuelo: es la “moneda de la vida eterna”. ¿Qué otra cosa tengo, realmente en mi vida, sino es el “instante presente”?

En lugar de estar proyectados siempre en el pasado o en el futuro, tendríamos que vivir cada momento como suficiente en sí, como plenitud de nuestra vida, porque en él está Dios, y si Dios está en él, no nos falta nada. Nuestros miedos y angustias vienen de que vivimos en el pasado entre lamentos y decepciones, o en el futuro cargado de temores y vanas esperanzas. A Dios eternamente presente, eternamente amor, pertenecen mi pasado y mi futuro, puede perdonarlo todo, redimirlo todo. Siempre cuento con la posibilidad de volver a empezar, sin que el pasado, por lamentable que haya sido, me lo impida porque está en manos de la Misericordia divina, y sin que el futuro, aunque me parezca oscuro, me atormente porque está en manos de su Providencia que no puede olvidarse de mí.

O sea vivir a la luz de que mi pasado está en manos de la misericordia divina, ante el amor de Dios lleno de misericordia, que para eso se hizo hombre como nos lo expresa Jesús en tantos encuentros y en tantas parábolas. Mi futuro en su Providencia porque hay una previsión para todo lo bueno en relación conmigo, porque en todo acontecimiento hay una mirada y el mirado soy yo, sino ¿qué es la providencia divina? Hay unos ojos que todo lo ven y a los que no se escapa nada de cuanto me puede hacer daño o ser bueno. Y en mi presente esta su gracia, su mano, su mirada; en cada instante soy criatura de Dios, mi vida surge del eterno amor divino, me mira y me llama a mi destino eterno de hijo suyo. En cada instante con un acto de fe, de confianza y abandono puedo ponerme en relación, en contacto con Dios.

Por el amor infinitamente misericordioso de Dios con que nos ama el Padre, nos ha redimido el Hijo, y está en nosotros su Espíritu, siempre puedo volver a estar en camino hacia donde esta mi bienaventuranza eterna. Es el consejo de S. Pablo, seguir adelante con nuestra confianza puesta en Jesucristo: “Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús”. Cualquiera que sea nuestra situación y nuestras dificultades, sigamos, llenos de fe y confianza, hacia la meta para alcanzar lo que Jesucristo ha ganado para cada uno de nosotros.

“Oh, Jesús, para amarte no tengo más que el hoy”, qué práctico y concreto lo que siente y vive Sta. Teresita del Niño Jesús. Es un hecho que el abandonar el pasado y el futuro en la dulce misericordia de Dios, como dice Bernanos, es más importante aún en los momentos de sufrimiento y angustia. Siempre han de estar en nuestro interior dos situaciones que vivió el Señor: Getsemaní y la Cruz. “Padre si es posible pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya”, “Hijo ahí tienes a tu Madre”, “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?”. Dios ha querido que en nuestro instante esté siempre María, la Madre, y ¿no es ésta una muestra suprema de amor misericordioso?

Dios siempre nos da la gracia para llevar el sufrimiento que “hoy” vivimos, la dificultad por la que pasamos. En realidad lo que nos desespera es mirar con angustia el pasado y con miedo el futuro. Tenemos que acabar con esas imaginaciones y representaciones que ahogan nuestra vida. Por eso Jesucristo nos dice constantemente en el Evangelio: “no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su desgracia”. “Si a la hierba que hoy está en el campo y mañana se arroja al horno, Dios la viste así ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe?”, “Mirad los pájaros del cielo: no siembran, ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos? ¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?”.

Para acabar hacemos hoy, en este instante, un acto de fe y esperanza: te doy gracias, Dios mío, por todo mi pasado; creo firmemente que de cuanto he vivido, Tú podrás sacar un bien (Donde abunda el pecado sobre abunda la gracia, ¡Oh feliz culpa que mereció tal Redentor) ; no quiero tener ningún pesar y angustia, sólo gratitud, porque tu amor es infinitamente más grande que todo lo que he podido hacer y me ha podido suceder. Y no quiero vivir con miedo, ni temores porque tu mirada es amor que renueva y salva, y siempre es indicadora de caminos nuevos y llenos de bien.



 

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