UNA VENTANA ABIERTA. LA SABIDURÍA
Se cuenta de un pobre hombre que se ganaba la vida con un viejo violín. Iba por los pueblos, comenzaba a tocar y la gente se reunía a su alrededor. Tocaba y al final pasaba entre la concurrencia su raída boina. Un día comenzó a tocar como solía. Se reunió la gente, y salió lo de costumbre: unos ruidos más o menos armoniosos. No daba para más ni el violín, ni el violinista. Y acertó a pasar por allí un famoso compositor y virtuoso del violín. Se acercó también al corro y al final se encontró entre sus manos el instrumento. Con una mirada valoró sus posibilidades, lo afinó, lo preparó..., y tocó una pieza asombrosamente bella. El pobre hombre, dueño del violín, estaba perplejo y lleno de asombro. Iba de un lado para otro diciendo: «¡Es mi violín!, ¡es mi violín!, ¡es mi violín!» Nunca pensó que aquellas viejas cuerdas encerraran tantas posibilidades.
No es difícil comprender el significado que tiene para cada uno de nosotros. Si profundizamos un poco en nosotros mismos, reconocemos que no estamos rindiendo al máximo de nuestras posibilidades. Somos en muchas ocasiones como un viejo violín estropeado, y nos falta incluso alguna cuerda. Un instrumento flojo, y además con frecuencia desafinado .Si intentamos tocar algo serio en la vida, pues sale eso..., unos ruidos faltos de armonía. Y encima al final, cada vez que hacemos algo, necesitamos pasar nuestra agujereada boina; necesitamos aplausos, consideración, alabanzas. Nos alimentamos de estas cosas; y si los que nos rodean no echan mucho, nos sentimos defraudados, viene el pesimismo. En el mejor de los casos se cumple el refrán: «quien se alimenta de migajas anda siempre hambreando»: no acabamos de alimentarnos seriamente.
¡Qué diferencia cuando dejamos que ese gran compositor, Dios, nos afine, nos arregle, ponga esa cuerda que falta, y dejamos que Él toque! La mirada de Dios es amor. Dios cuando mira renueva y salva. La mirada amorosa de Dios es indicadora de caminos nuevos y exitosos. Lo que más bien puede hacernos es sentirnos bajo la mirada tierna del Señor. Que nos toque su sabiduría. Nos convertimos entonces en instrumentos de Dios, en sabiduría de Dios; y nosotros mismos quedamos sorprendidos de las posibilidades que había encerradas en nuestra vida. Comprobamos que nuestra vida es bella y grandiosa cuando somos instrumentos del Señor, y que sólo Él puede llenarnos porque estamos hechos para lo infinito. No busquemos lejos nuestro tesoro. Lo importante es que la sabiduría de Dios se realice en nuestra vida como se realiza en la creación.
No sé qué les dirá a Vds. la palabra sabiduría. A mi me gusta, me suena a saborear, a comprender desde dentro, a algo profundo y vital, nada teórico. Sabiduría me suena a ese saber que penetra la vida y sabe tocar maravillosas piezas. A ese comprender desde dentro. Esto dice la Sabiduría de Dios. “El Señor me estableció al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras antiquísimas. En un tiempo remotísimo fui formada, antes de comenzar la tierra. Antes de los abismos fui engendrada, antes de los manantiales de las aguas. Todavía no estaban aplomados los montes, antes de las montañas fui engendrada. No había hecho aún la tierra y la hierba, ni los primeros terrones del orbe. Cuando colocaba los cielos, allí estaba yo; cuando sujetaba la bóveda sobre la faz del abismo; cuando sujetaba el cielo en la altura y fijaba las fuentes abismales…”.
Dios es el Creador del mundo y todo lo ha hecho con sabiduría, las huellas de esta sabiduría divina han quedado grabadas en cada una de sus obras. Si sentimos así la sabiduría en la creación, también en nosotros está la fuerza y belleza de la sabiduría de Dios. El que ponga todo su empeño en abrir los ojos y sentirse bajo la mirada de Dios se encontrará a sí mismo, encontrará el camino que lo lleva a la vida. La sabiduría que verdaderamente nos preocupa, ocupa e importa es la encontrar el sentido de cada circunstancia. Ese comprobar que somos un violín en manos de Dios. El día más bello es hoy, y el obstáculo más grande es el miedo. Como el mayor error es darnos por vencidos, el defecto más grande de nuestras cuerdas es el egoísmo, y la nota más desafinada y vil, la envidia. La melodía más hermosa es el perdón y la peor manera de llevar el compás es el desánimo. Y entonces salen esos ruidos faltos de armonía. Donde existen envidias y espíritu de contienda, allí hay desconcierto y toda clase de maldad, como nos dice el Apóstol Santiago. En cambio la sabiduría que viene de lo alto está llena de buenos frutos.
Realmente la mayor sabiduría es sentirse a sí mismo ante la mirada de Dios. El pobre hombre no sabía sus posibilidades. La prueba más clara de sabiduría es una alegría continua por saberse violín de Dios y arrancar, de todas las cuerdas, sorprendentes melodías. Lo que nos molesta de los otros es una proyección de todo lo que todavía no hemos resuelto de nosotros mismos. Es tarea de la vida adquirir esta sabiduría: valorar posibilidades, afinarlo, prepararlo..., y tocar piezas bellas.
No es difícil comprender el significado que tiene para cada uno de nosotros. Si profundizamos un poco en nosotros mismos, reconocemos que no estamos rindiendo al máximo de nuestras posibilidades. Somos en muchas ocasiones como un viejo violín estropeado, y nos falta incluso alguna cuerda. Un instrumento flojo, y además con frecuencia desafinado .Si intentamos tocar algo serio en la vida, pues sale eso..., unos ruidos faltos de armonía. Y encima al final, cada vez que hacemos algo, necesitamos pasar nuestra agujereada boina; necesitamos aplausos, consideración, alabanzas. Nos alimentamos de estas cosas; y si los que nos rodean no echan mucho, nos sentimos defraudados, viene el pesimismo. En el mejor de los casos se cumple el refrán: «quien se alimenta de migajas anda siempre hambreando»: no acabamos de alimentarnos seriamente.
¡Qué diferencia cuando dejamos que ese gran compositor, Dios, nos afine, nos arregle, ponga esa cuerda que falta, y dejamos que Él toque! La mirada de Dios es amor. Dios cuando mira renueva y salva. La mirada amorosa de Dios es indicadora de caminos nuevos y exitosos. Lo que más bien puede hacernos es sentirnos bajo la mirada tierna del Señor. Que nos toque su sabiduría. Nos convertimos entonces en instrumentos de Dios, en sabiduría de Dios; y nosotros mismos quedamos sorprendidos de las posibilidades que había encerradas en nuestra vida. Comprobamos que nuestra vida es bella y grandiosa cuando somos instrumentos del Señor, y que sólo Él puede llenarnos porque estamos hechos para lo infinito. No busquemos lejos nuestro tesoro. Lo importante es que la sabiduría de Dios se realice en nuestra vida como se realiza en la creación.
No sé qué les dirá a Vds. la palabra sabiduría. A mi me gusta, me suena a saborear, a comprender desde dentro, a algo profundo y vital, nada teórico. Sabiduría me suena a ese saber que penetra la vida y sabe tocar maravillosas piezas. A ese comprender desde dentro. Esto dice la Sabiduría de Dios. “El Señor me estableció al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras antiquísimas. En un tiempo remotísimo fui formada, antes de comenzar la tierra. Antes de los abismos fui engendrada, antes de los manantiales de las aguas. Todavía no estaban aplomados los montes, antes de las montañas fui engendrada. No había hecho aún la tierra y la hierba, ni los primeros terrones del orbe. Cuando colocaba los cielos, allí estaba yo; cuando sujetaba la bóveda sobre la faz del abismo; cuando sujetaba el cielo en la altura y fijaba las fuentes abismales…”.
Dios es el Creador del mundo y todo lo ha hecho con sabiduría, las huellas de esta sabiduría divina han quedado grabadas en cada una de sus obras. Si sentimos así la sabiduría en la creación, también en nosotros está la fuerza y belleza de la sabiduría de Dios. El que ponga todo su empeño en abrir los ojos y sentirse bajo la mirada de Dios se encontrará a sí mismo, encontrará el camino que lo lleva a la vida. La sabiduría que verdaderamente nos preocupa, ocupa e importa es la encontrar el sentido de cada circunstancia. Ese comprobar que somos un violín en manos de Dios. El día más bello es hoy, y el obstáculo más grande es el miedo. Como el mayor error es darnos por vencidos, el defecto más grande de nuestras cuerdas es el egoísmo, y la nota más desafinada y vil, la envidia. La melodía más hermosa es el perdón y la peor manera de llevar el compás es el desánimo. Y entonces salen esos ruidos faltos de armonía. Donde existen envidias y espíritu de contienda, allí hay desconcierto y toda clase de maldad, como nos dice el Apóstol Santiago. En cambio la sabiduría que viene de lo alto está llena de buenos frutos.
Realmente la mayor sabiduría es sentirse a sí mismo ante la mirada de Dios. El pobre hombre no sabía sus posibilidades. La prueba más clara de sabiduría es una alegría continua por saberse violín de Dios y arrancar, de todas las cuerdas, sorprendentes melodías. Lo que nos molesta de los otros es una proyección de todo lo que todavía no hemos resuelto de nosotros mismos. Es tarea de la vida adquirir esta sabiduría: valorar posibilidades, afinarlo, prepararlo..., y tocar piezas bellas.
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