¿Cómo puedo vivir algo que puede parecer un hecho tan
lejano en el tiempo? Me ha hecho mucho bien la reflexión sobre lo
que realmente significa “HOY” en la fe. Cómo impresiona el “HIC verbum caro
factum est” de la Basílica de la Anunciación.
Es verdad que
también lo relaciono con los salmos: Mil años en tu presencia son un ayer que
pasó. Un día es como mil años. El tiempo que no deja nunca de fluir: pasado,
presente, futuro. El tiempo, y nos encontramos tan perplejos como S. Agustín cuando decía: si nadie me lo pregunta
lo sé, pero si me lo preguntan y quiero explicarlo no lo sé. Es verdad que
tiempo y espacio son la condición necesaria de todo lo que conocemos –aunque suene
un poco kantiano- el aquí y
ahora que configura nuestra vida.
Algunos amigos nos hacemos
frecuentemente esa pregunta tan fundamental para el cristiano: ¿Cómo es posible
que viva yo ahora este acontecimiento tan lejano en el tiempo? ¿Cómo puedo
participar de la realidad del hecho de la Encarnación, y del “hoy” en que nos
ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor?
Este “hoy”,
este “ahora”, que impresiona y conmueve tanto como el “hic” de la conocida expresión: verbum caro hic factum est. Este “hic”, este “aquí”, que no decimos en el Ángelus, decimos sencillamente: “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Pero en el interior de la basílica de la Anunciación hay una inscripción que dice: verbum caro hic factum est. Todo creyente que haya estado en la basílica se ha sentido conmovido por esta inscripción. Nos recuerda que “aquí”, en el vientre de una mujer, de María virgen, Dios se ha hecho hombre. Aquí creció, aquí vivió durante 30 años una vida sencilla y anónima hasta que empezó su vida pública. Es el “aquí y el ahora” que configura nuestra vida, es la fe que ve y siente la realidad de la creación, de la redención, de “el aquí y el ahora” del que vive y cree en el Dios vivo y presente que así se manifiesta y se relaciona con el hombre, con cada hombre, que le da la respuesta libre y responsable desde la fe.
este “ahora”, que impresiona y conmueve tanto como el “hic” de la conocida expresión: verbum caro hic factum est. Este “hic”, este “aquí”, que no decimos en el Ángelus, decimos sencillamente: “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Pero en el interior de la basílica de la Anunciación hay una inscripción que dice: verbum caro hic factum est. Todo creyente que haya estado en la basílica se ha sentido conmovido por esta inscripción. Nos recuerda que “aquí”, en el vientre de una mujer, de María virgen, Dios se ha hecho hombre. Aquí creció, aquí vivió durante 30 años una vida sencilla y anónima hasta que empezó su vida pública. Es el “aquí y el ahora” que configura nuestra vida, es la fe que ve y siente la realidad de la creación, de la redención, de “el aquí y el ahora” del que vive y cree en el Dios vivo y presente que así se manifiesta y se relaciona con el hombre, con cada hombre, que le da la respuesta libre y responsable desde la fe.
Hoy es ese adverbio de tiempo tan
utilizado en la liturgia de la Iglesia católica. Ese hoy, que sobrepasa los límites del espacio y del
tiempo, y que expresa la realidad de lo que es la fe. Hoy el Verbo de Dios se
hizo carne. Hoy ha nacido para nosotros el Salvador. Hoy Cristo nos ha
redimido. Hoy está presente Cristo en la Eucaristía. Hoy Cristo padece, muere y
resucita. Este “Aquí” de la Basílica de
la Anunciación, el “hoy” de la liturgia
de Navidad, el domingo de la resurrección del Señor, impregnan toda la historia
y sigue siendo la realidad a la que siempre hemos de acudir.
La celebración
de la Encarnación del Hijo de Dios, el misterio central de la fe, del que todo
deriva, renueva cada año la certeza de que Dios está realmente presente con
nosotros, de que Dios es un Dios con nosotros. Dios, en el seno de María, en el Niño de Belén, en el Jesús de la vida
oculta de Nazaret, en el Mesías de la vida pública, en el Redentor que sufre y
muere, en el alfa y omega de toda la creación que resucita y está con el Padre.
Es un hoy que no tiene ocaso. Esta es nuestra fe.
Insiste Benedicto XVI en que al
hombre de hoy, al hombre de lo “razonable”, de lo experimentable empíricamente,
se le hace cada vez más difícil abrir el horizonte y entrar en el mundo de
Dios, en la verdadera razonabilidad e inteligencia divina, en el misterio que
todo lo inunda. La redención de la humanidad, mi propia redención, es un
momento preciso e identificable de la historia en el acontecimiento de Jesús de
Nazaret. Dios ha entrado en los límites del espacio y del tiempo, del aquí y
ahora que configura nuestra vida. El Eterno, el Misterio, ha querido entrar en
los límites del tiempo y del espacio, del aquí y ahora, para hacer posible
“hoy” nuestro encuentro con Él. Hoy, aquí y ahora, en el rezo diario del
Ángelus, tengo la posibilidad de reconocerlo y de acogerlo como han hecho
tantos y tantos a lo largo de la historia.
Cada año vivimos una fiesta de
profundo sentido, del milagro central del que todo es consecuencia: la fiesta
de la Anunciación a María y de la Encarnación del Hijo de Dios. Abramos nuestro
corazón a lo que es la verdadera alegría, la felicidad eterna, nuestra
redención. Como dice León Magno: Hoy la Palabra de Dios
ha aparecido revestido de carne y aunque nunca había sido visible al ojo
humano, se ha hecho también visiblemente palpable. Todo es parte de la obra
redentora de Cristo: Encarnación, Navidad y Pascua de Resurrección. Celebramos
el entrar de Dios en la historia; el alba, precede y hace ya presagiar el
nacimiento, su vida, y muerte. La Pascua de Resurrección es ya la luz del día,
plenitud y sentido de todo, sufrimiento y gozo, muerte y vida. Todo es
profundamente humano.
Qué bellamente nos hace sentir Benedicto XVI lo que ocurre
en algunas partes del mundo: la Encarnación y la Pascua caen al inicio de la
primavera, cuando el sol vence las densas y frías nieblas y renueva la faz de
la tierra. La Navidad cae justo al inicio del
invierno, cuando la luz y el calor del sol no llegan a despertar a la
naturaleza, envuelta por el frío; pero sin embargo, bajo su manto palpita la
vida y comienza de nuevo la victoria del sol y del calor. La Encarnación del
Hijo de Dios es el inicio y la condición de la salvación y la presencia misma del
Misterio.
Es un hecho, que en todo lo que es la revelación de Dios,
como se nos expresa en el cristianismo, encontramos la ternura y el amor de
Dios que se inclina sobre nuestros límites .y debilidades, el amor del Padre
que siempre quiere el bien del hijo, y le
constituye en heredero de todo lo suyo. Hoy es esto la gran realidad. Porque
como dicen Isaías y S. Pablo: el pueblo
que camina en tinieblas vio una luz grande, habitaban tierra de sombras, y una
luz le brilló, un hijo se nos ha dado. Ha aparecido la gracia de Dios que trae
la salvación para todos los hombres.
¿Cómo puedo yo vivir hoy y aquí el hecho
de la Anunciación y de la Encarnación?
¿Cómo puedo vivir la realidad del misterio de que Dios por amor se encarna en
una virgen?
Fuente de paz y de fidelidad,Virgen Maria.
ResponderEliminarDios se fijó en ti por tu humildad,Virgen María.
Elegida del Seňor,siempre dócil a su voz en el amor.
Llena de amor,de luz y sencillez,Virgen María.
Guía mis pies,maestra de la fe,Virgen María.
Cambia nuestro corazón,por tu fiel intercesión ante el Seńor.
HAGASE SEŇOR EN MI TU VOLUNTAD,HAGASE EN MI SEGÚN TU PALABRA!!!
Hoy ,al igual que todos los dias,estoy ahí contigo,con vosotras,con todos ...los que están detras!! Os quiero!! Vuestra...Lolica!!